Principio de incertidumbre

 

Con demasiada frecuencia se nos olvida que tanto Platón como Aristóteles estaban perfectamente engañados acerca del origen del universo creado, puesto que creían que el mundo era eterno, como se puede observar en sus obras y desarrollos. Eso no impidió que al utilizarlos como herramienta para expresar la filosofía cristiana se llevara a cabo una sencilla sanación de sus ideas.

De hecho, en el libro que ahora presentamos, el autor, catedrático de filosofía, funcionario de la UNESCO y miembro de la Academia francesa, Jean D’Ormesson (1925-2017), ha dedicado un esfuerzo casi poético y metafísico, para recoger intuiciones de la física actual y la filosofía recientes, para acercarnos al problema del origen del universo, aunque sobre todo ha leído, meditado y escrito mucho sobre la cuestión.

Es verdad que actualmente, los creyentes, sabemos no solo por revelación divina, sino también por la propia ciencia que no tenía razón Platón y su discípulo, puesto que hubo un comienzo y presumiblemente habrá un fin (13). Pero, además añade nuestro autor, que en cualquier caso “podemos creer en Dios, podemos soñar. Podemos tener esperanza” (18). Esto dicho así, puede parecer fuera de lugar, pero no lo es, cuando durante siglos se ha visto la fe cristiana como antagonista de la ciencia.

De hecho, el autor, vuelve una y otra vez a un tema primordial de su discurso: “El tiempo, inseparable del espacio, comienza a transcurrir. Y nacen las estrellas, las galaxias, el sol y la luna, la tierra, la guerra del fuego…” (23). Enseguida añadirá que “El tiempo es la marca de fábrica dejada por Dios en el universo. Nace en la primera fracción infinitesimal de nuestra larga aventura. Se abalanza sobre el mundo en la explosión primordial la que, como de broma, hemos dado el nombre de Big Bang” (43). Así afirmará, finalmente, como auténtico colofón del tema del tiempo, del que Dios cruzó para encarnarse: “la genialidad de Dios consiste en haber creado el espacio y haber creado el tiempo” (47). En esa línea abordará el problema del mal: “Lo que el sufrimiento es a la vida, lo es el mal al pensamiento: un acompañante, un guía, un avisador. Lo cual carece de importancia. Pues la pregunta del mal, ausencia de buen es su sentido y eso solo lo puede mostrar Dios. (71).

Acercándose ya al tema culminante de la cuestión del espacio y el tiempo nos recordará los límites de la ciencia y de la libertad: “Todo el mundo sabe que, a pesar del determinismo que gobierna la realidad macroscópica, un cierto grado de incertidumbre reina en el nivel de los electrones y otras partículas de las que es imposible determinar a la vez con precisión la velocidad y la posición. Del mismo modo, resulta impredecible prever el comportamiento de un individuo particular de nuestra especie, al tiempo que la historia y el universo prosiguen de forma imperturbable su camino de necesidad” (74). En efecto, sólo Dios da puede dar al mundo sentido, coherencia y esperanza (77).

José Carlos Martín de la Hoz

Jean D’Ormesson, Una historia sobre la nada y la esperanza, ediciones Sígueme, Salamanca 2019, 126 pp.