Santificar las fiestas

 

Continuando con una antigua tradición, que viene del Pueblo de Israel, nuestros hermanos mayores en la fe, en la Iglesia católica vivimos con renovada ilusión la santificación de las fiestas y el descanso en Dios y en familia semanal. En el tercer mandamiento la ley de Dios se nos ha impuesto como obligación, lo que no nos hubiéramos atrevido a pedir. Al igual que el creador descansó el séptimo día nosotros, sus hijos también.

El Papa Juan Pablo II, el 31 de mayo de 1998 publicó la Exhortación Apostólica, Dies Domini, sobre el descanso dominical y revalorizó la importancia de la Liturgia Eucarística en ese día y en nuestra vida cristiana. La fiesta debe girar sobre la Misa y sobre la mesa, como siempre recuerda el papa Francisco.

Nos conviene leer el n. 2178 del Catecismo de la Iglesia Católica, donde aparecen ideas del siglo II: “Venir temprano a la iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración... Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marcharse antes de la despedida... Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos” (texto siglo II).

Así pues, es muy importante en la formación del Pueblo cristiano la idea de la oración personal, pues como dice Camino: "tu vida vale lo que vale tu vida de oración", es decir, que Dios encarnado, ha traído un nuevo modo de vivir en la tierra: una intimidad real con Dios. Hemos de vivir la complicidad con un Dios personal.

Enseguida, en el número siguiente, n. 2179, el Catecismo desarrolla la otra faceta; la familia. Es necesaria la oración comunitaria, en caridad, como pueblo y como familia de Dios. Rezar juntos. Una familia que reza unida, permanece unidad. La Comunión de los santos. La familia de la Iglesia: triunfante, purgante y militante. Cor unum et anima una. Así señala el Crisóstomo: “No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes. (S. Juan Crisóstomo, incomprehens. 3.6).

Un poco más adelante para explicar la importancia del realismo eucarístico y la liturgia y para que nos entre por los ojos, se nos dice que despreciar la Misa dominical es ofender gravemente a Dios: “La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo” (n. 2182).

Es conmovedora la llamada del Vaticano II, Gaudium et spes a defender el descanso semanal y la gloria debida al creador por toda la tierra: “En el respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los cristianos deben esforzarse por obtener el reconocimiento de los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales. Deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana. Si la legislación del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación que nos hace participar en esta “reunión de fiesta”, en esta “asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos” (Hb 12, 22-24) (n.2188).

José Carlos Martín de la Hoz