Santos de barrio

 

El profesor Tapia, acababa de llegar de retrasmitir la santa Misa del domingo de Resurrección para la COPE en la Plaza de San Pedro y de recibir la bendición urbi et orbe. Comentaba lo mucho que le había impresionado haber podido ver de cerca al Santo Padre Francisco.

Efectivamente, después de la Santa Misa que se había prolongado más de dos horas, el Papa se entretuvo saludando a una multitud de personas que abarrotaban la plaza de San Pedro y luego, en la sacristía, a otro grupo de invitados y, finalmente, recibió a la Prensa unos minutos antes de las 13.00.

Cuando le llegó su turno, el Profesor Tapia se acercó a saludar al santo Padre y le encontró, muy agotado, según comentaba, después de una intensa Semana Santa llena de actos y de aquella larga celebración, pero con una profunda paz.

Me venía a la cabeza esta anécdota sobre la entrega sin límite del Sucesor de Pedro Papa, al leer las primeras palabras del Papa Francisco, casi al comienzo de su Exhortación apostólica Gaudete et exultate, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, cuando afirma: "Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»" (n.7).

La santidad, por tanto, es un don de Dios, una gracia divina que se entrega a todos para vivir santamente la vida ordinaria. A la vez, esa santidad está al alcance de la mano, pues se trata de vivir por amor a Dios y a los demás, nuestros pequeños y grades deberes de cada día, correspondiendo a la gracia de Dios.

Lo más interesante, es caer en la cuenta que la dificultad más importante, la prueba más difícil a nuestra fe cristiana, no son las tentaciones de la carne, del poder o de la gloria, sino la prueba del paso del tiempo.

Precisamente, cuando vemos la santidad de tantos cristianos heroicamente constantes en el cumplimiento amoroso de sus deberes ordinarios, entregándose a los demás concluimos que este es uno de los grandes tesoros que posee la Iglesia: el buen ejemplo de la santidad que hay en toda la tierra, eso es lo que hace creíble el mensaje del evangelio, la prueba de que la Iglesia de Jesucristo está viva y sigue siendo camino para la salvación y felicidad para los hombres y mujeres de hoy.

José Carlos Martín de la Hoz

Papa Francisco, Exhortación Gaudete et exultate, Roma 9 de abril de 2018