En el magnífico trabajo doctoral del profesor Ernst Burkhart acerca de la ley desde la perspectiva teológica y jurídica, según Santo Tomás, se planteaba muy acertadamente la cuestión de la fundamentación de lay, asunto que sigue siendo de una gran actualidad.

Es interesante la letra de la pregunta: “La ley eterna es el principio de todo orden. Sin embargo, la variedad y multiplicidad de órdenes que observamos o entrevemos en el universo, ¿cómo se conectan con la ley eterna? ¿Cómo dependen de ella las leyes de la naturaleza, la ley moral a la que se encuentra sujeto el hombre, y las leyes que él mismo se da en la sociedad? Entra aquí en juego un concepto clave en la filosofía de Santo Tomás, que se muestra de gran claridad y eficacia también para la comprensión del imperio de la ley de Dios en sus criaturas: la noción de participación” (49).

Lógicamente, el profesor Burkhart, plenamente consciente de estar abordando el núcleo metafísico de su trabajo se detendrá a perfilar el concepto de participación del Ser divino en el ser de las criaturas: “Y con el ser recibe y participa a su vez, como contraídas y limitadas por la finitud de su esencia creada, las perfecciones puras del Ser increado, según el grado de ser que le es propio” (49).

Inmediatamente, desarrollará despacio la gradación en el orden creado de esa participación del ser y terminará nuestro autor por detenerse en la participación del ser en el hombre. Primero lo hará en el orden natural propio de la naturaleza humana creada y, después de considerar el hecho de la Redención y del bautismo, se detendrá en el orden de la gracia.

Es este un momento de gran intensidad narrativa, por lo que se entiende bien que termine por Así concluir este apartado con suma admiración: “Al ordenar al hombre a la visión beatífica -fin que sobrepasa la capacidad y las exigencias de su naturaleza- Dios imprimió en él su ordenación como ley” (57). También tiene mucha fuerza, la exposición teológica de la caída de nuestros primeros padres, la perdida de los dones preternaturales, la situación de postración, pero también la esperanza del Mesías redentor: “Es la gracia del Espíritu Santo, ganada por Cristo en la Cruz, la que quita el desorden introducido por el pecado en la naturaleza del hombre y abre de nuevo el acceso al Padre: capacita, sanando la naturaleza caída y elevándola, para la visión beatífica, no solo enseñando sino ayudando a vencer la concupiscencia” (63).

Como dedicamos al comienzo de estas líneas, la exposición la desarrollará fundamentalmente siguiendo los textos claves de la materia en las obras de Santo Tomás de Aquino, tal y como había anunciado al comienzo de su trabajo (20). Remitimos al lector a los magníficos textos recopilados a pie de página por el autor; una de las mayores aportaciones de esta obra.

José Carlos Martín de la Hoz

Ernst Burkhart, La grandeza del orden divino, ed. Eunsa, Pamplona 1977, 229 pp.