Tú y yo y nadie más



Lo más terrible de nuestra sociedad, aparte del poquito interés que
suscita la cultura de la vida, es el recelo manifiesto a comprometerse
lealmente con otra persona, a interpretar compromiso como renuncia a la
libertad. El "otro" –que era el infierno para Sartre
– suscita desconfianza en tanto que ocupa un lugar que también podría ser
nuestro. El otro se convierte en competidor de mis gustos y si no me da placer,
entonces es un obstáculo.


La alternativa a este
empobrecimiento de la vida personal es reivindicar una cultura de la persona
que se base en un imperativo trascendente, o sea, que para ser mejor persona,
para crecer en virtudes, estoy obligado – por eso es un imperativo – a depositar
mi confianza en otro para poder crecer juntos – por eso es trascendente.


El amor no es solo un sentimiento,
ni solo una pasión, es ante todo un irrefrenable sentido de que mi proyecto de
vida se completa con el proyecto del otro, hecho que produce en mí una gran
alegría, porque la mera existencia del otro me instala en esa alegría.
Parafraseando a Pieper, el amor es lo que me lleva a
exclamar: ¡qué bueno que existas!


Uno de los filósofos que más se
dedicó a hablar de estos temas, mientras daba clase en la Universidad de Lublin, fue Karol Wojtyla. Su pensamiento sobre la importancia del otro en
nuestras vidas no se puede abarcar en unas pocas líneas, pero valdría la pena
volver a él continuamente. Wojtyla fue de los
primeros en estudiar en serio el fenómeno del amor con esta nueva visión de la
persona como sujeto de un proyecto para sí abierto al otro; por eso, la
doctrina del amor matrimonial que fue capaz de desarrollar tiene tan sólidos
cimientos.


Lo que le falta a esta sociedad, que
enseña a sus individuos a vivir en una "soledad social" cada vez más agudizada,
es precisamente el redescubrimiento de la importancia que tiene para el hombre
el saber confiar en otra persona.


El varón y la mujer son hasta tal punto complementarios que son capaces de prometer que se
amarán en el futuro, no ahora, no dentro de unos días, sino siempre. La vida de
uno pasa a convertirse en algo que les aúna que es superior a la suma de ambos:
la unidad familiar.


Esta complementación, sin embargo,
es exclusiva de un cónyuge hacia el otro. En este juego no caben más jugadores
porque la tarea fundamental a la que se tiene que dedicar un cónyuge es la
mejora continua del otro y la mejora propia dejando al otro cónyuge actuar.
Esta es la base de la fidelidad. En el momento en que me alejo del otro a quien
me he comprometido a ayudar y mejorar, a compartir su "proyecto de mejora
personal" mediante el matrimonio, traiciono ese plan original y falseo mi
propio proyecto mediante una ilusión que se basa en lo placentero o en lo
sentimental antes que en la necesidad antropológica.


A esto hay que añadir que la pasión,
el sentimiento de amor romántico, el galanteo, el erotismo y la sexualidad son
los medios pertinentes de comunicación entre los esposos para progresar en esa
mejora; medios que hay que cuidar y orientar a su verdadero fin: el otro. Nuestra sociedad actual abomina de esta
idea políticamente incorrecta, pero la sexualidad dentro del matrimonio lo
fortalece, fuera de él convierte a la persona en mero individuo, pero eso es
otra historia…




Carlos Segade


Profesor Titular
del Centro Universitario Villanueva


csegade@villanueva.edu



Para leer más


Wojtyla, K. Amor y Responsabilidad


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=1692


Sarmiento, A. El secreto del amor en
el matrimonio


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=3194


Melendo, T. El verdadero rostro del amor


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=4550