Una teoría redonda

 

Si algo caracteriza a la actual manera de pensar de la mayoría de los científicos es una sana humildad, con la que reconocen abiertamente que hay muchas cuestiones importantes de la matemática, la física, de la estructura íntima de la materia o del funcionamiento del cuerpo humano o de la astronomía y las fuerzas eléctricas de las que apenas sabemos nada. En ese sentido llama la atención el extenso trabajo del antropólogo evolucionista e historiador judío Yuval Noah Harari, quien, reunido algunos datos etnográficos, científicos y de geografía humana, y los ha unido atrevidamente a otro abundante número de conjeturas, para trabar una teoría general del desarrollo de la vida del hombre sobre la tierra.

La teoría está lo suficiente bien escrita, y de modo convincente, como para haber logrado vender millones de ejemplares del libro en el mundo entero, aunque muchas de las personas que lo habrán adquirido apenas habrán leído una parte de él, pero seguramente habrán hablado verdaderamente bien de él de modo que otros lo habrán ojeado.  Efectivamente, el libro tiene un truco que consiste en dar la teoría por comprobada, aunque sin dejar de señalar los grandes interrogantes que alberga. De hecho, cuando se estudia en Paleontología los cuadros y las escalas filogenéticas que marcan las hipótesis evolucionistas, siempre hay un interrogante, en los nudos gordianos, pues habitualmente falta el fósil clave. Lo cual es lógico, teniendo en cuenta el complejo fenómeno de la tafonocenosis o proceso de fosilización. Lo que no es honrado, es continuar sin señalarlo, como su no pasara nada, como si hubiera aparecido, es decir, se da por supuesto que existe esa línea o dirección evolutiva predeterminada, aunque no se pueda comprobar: eso técnicamente se llama hipótesis.

En la misma línea, las fechas que aporta el autor a lo largo del trabajo son tan aleatorias, como imposibles de definir, pues los procesos descritos, por su propia característica, no pueden ser reproducidos en un laboratorio (15), y es lógico que sea así, pues si es imposible en muchas ocasiones reproducir en un laboratorio las condiciones de presión y temperatura, en mayor medida lo será el factor tiempo.

Así pues, llama la atención, como el autor maneja con una gran seguridad meras hipótesis de trabajo, en parte fundadas y en parte conjeturas, a la vez que termine por reconocer que no sabe por qué pasa esto o aquello y como llegaron los hombres a pensar y porqué siguieron esta rutina: “¿Qué fue lo que impulsó la evolución del enorme cerebro humano durante estos dos millones de años? Francamente, no lo sabemos” (21). Lo que está claro es que el sapiens vivía en sociedad y subsistía en el seno de la familia y del clan (22). Así mismo sabemos que aprendió a cocinar alimentos (25). A la vez reconoce el autor que no sabemos si hubo entrecruzamiento del homo sapiens con otros, o se produjo sencillamente el exterminio de los otros (27) o empezar a sacar los cálculos de la cabeza para pasarlos a una tablilla (141).

Lo que nunca logrará demostrar es que el pensamiento, el amor, la fe, las relaciones humanas y tantas cuestiones capitales, no puede ser reducidas a meras conexiones neuronales. Hay algo más que no es fruto de la evolución (168-171).

José Carlos Martín de la Hoz

Yuval Noah Harari, Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, ed. Debate, Barcelona 2015, 493 pp.