VII Certamen de Relato Breve de Villanueva 2021. Segundo premio: La ciénaga de los fumadores . Autor: Manuel Baños Calderón

  

La ciénaga de los fumadores

Como cada día a las ocho, los obreros abandonaron de forma abrupta sus puestos de trabajo y bajaron los sesenta y cuatro escalones en estampida hasta la salida de la fábrica. Una vez fuera, la estampida se aglomeró a lo largo de la barandilla del viejo puente, por donde hace tiempo corría un abundante rio. Sacaron de forma coordinada e incluso rítmica un cigarro y lo encendieron, exhalando simultáneamente un breve suspiro de libertad. Tras cinco minutos, lanzaron las colillas al árido vacío y desaparecieron entre el humo de la ciudad.

       -¡Hope, Hope! – gritó Margot - ¡Te vas a perder la lluvia de fuego!

Hope dejó a medias la casa de barro y corrió hacia su hermana.

       -Tened cuidado, no os acerquéis mucho – advirtió su madre, una mujer de aspecto cansado y mirada perdida.

Las niñas, asombradas, ven caer cientos de fervientes motas sobre la “montaña de algodón quemado” por los restos de colillas que se habían ido depositando y que llevaba ahí desde incluso antes de que ellas se mudasen debajo de ese marginado puente.

Cuando las colillas tocan la montaña de nieve calcinada, explotan en millones de ascuas disgregadas en todas direcciones. Una de esas ascuas logró alcanzar la mano de Hope.

        -¡Ay! – se quejó la hermana pequeña, segundos antes de empezar a llorar.

        -¡Rápido, Hope! – exclamó Margot en un desesperado intento de evitar el llanto de su hermana menor- ¡Pide un deseo!

Hope, intrigada, se tragó las escasas lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos, se quedó pensativa durante unos instantes y, cerrando los ojos con fuerza, esbozó de nuevo su característica sonrisa.

        -¡Niñas, ya está la cena! – gritó débilmente Nora mientras servía la sopa aguada.

Las niñas echaron una carrera hasta la cocina. La casa estaba compuesta por un único habitáculo, donde ellas dormían. En la esquina superior derecha estaba la cocina, formada por una chimenea y una lavadora en mal estado, probablemente lo más caro de su casa. El baño estaba al otro lado, tapado por una cortina de corales roída. Las niñas se sentaron alrededor de la mesa y comenzaron a comer con ansia, todas menos la madre, que se encontraba especialmente desganada.

        -¿Cómo llevas lo del trabajo, mamá? - se interesó Margot.

        -Sigo buscando, si tan solo aceptaran mujeres en la fábrica…

        -¿Qué es una fábrica? – preguntó con inocencia la pequeña Hope.

        -Margot – siguió diciendo la madre ignorando a Hope - ¿has pensado en buscar trabajo? Tal vez tú, que eres más guapa y joven que yo, tengas más suerte. Además, cada día me encuentro más cansada y no creo que nadie me vaya a contratar – dijo Nora con un hilo de voz, temblorosa.

        -Claro, mamá, mañana iré temprano con Hope a la ciudad. Tú quédate descansando y verás como te sentirás mejor pronto.

Dicho esto, Margot cogió a Hope en brazos, le dio un beso a su madre y se fueron a dormir. Esa noche Margot apenas pudo conciliar el sueño, notaba el frio y duro suelo que, pese haber sido siempre así, aquella noche resultaba especialmente incómodo. El estruendoso ruido de los coches pasando por el puente bajo el que vivían y la fatigosa respiración de su madre opacaban el resto de sonidos de la noche.

A la mañana siguiente, Margot dejó durmiendo a su madre y despertó sigilosamente a su hermana. Deambularon por el laberinto de calles durante horas en vano. A la hora de la comida decidieron volver a casa, mientras cruzaban un puente que les resultó familiar, escucharon una conversación ajena que captó el interés de Margot. Se trataba de dos hombres vestidos con mono de trabajo hablando estrepitosamente mientras comían del mismo bocadillo.

       -Trabajamos once horas al día, secuestrados en esa cárcel de ladrillo y al final de mes no tenemos ni para tabaco. ¡No hay derecho! – se quejaba uno de los hombres.

       -Y, además, ten la mala suerte de tener un accidente como el de Mike. ¡El tío, inhabilitado en casa y la fábrica no le suelta ni un duro de indemnización! – añadió el otro.

Margot no quiso desperdiciar esa oportunidad e interrumpió aquella conversación.

       -Perdonen – dijo amablemente – ¿creen que habría hueco para mí en la fábrica

       -Lo siento niña, no aguantarías ni dos horas dentro de la fábrica – sentenció uno de ellos.

       -Además, no creo que estés tan mal de dinero como para aceptar un trabajo así – añadió el que sujetaba el bocadillo.

Margot se disculpa y vuelve a casa consumida y abrumada. Ni siquiera se molestó en jugar con Hope después de comer. Se tumbó mirando el oxidado tejado y comenzó a temblar. Se levantó y torpemente se dirigió a la cama de su madre. Nora parecía más cansada y pálida de lo normal. Hizo un amago para levantarse pero no pudo, así que Margot se inclinó y la abrazó. En ese instante comenzó a llorar y a balbucear de manera ininteligible.

Quería decirle lo duro que había sido su día, lo difíciles que habían sido los últimos meses, lo sola y perdida que llevaba sintiéndose hacía ya tiempo y lo costosa y solitaria que veía su vida sin ella, su incapacidad de salir adelante y la carga personal que conllevaría cuidar a Hope, derivando incluso en una envidia irracional hacia ella, pues su mayor problema era que su casa de barro no se mantuviera en pie. Ella quería ser como Hope, quería recuperar su inocencia y la trivialidad de los problemas, que su tiempo fuera gratuito y que siempre tuviera un plato en su mesa. De alguna forma, consiguió transmitirle todo aquello a su madre en aquel desesperado y comprensivo abrazo. Acto seguido, Margot se secó las lágrimas y fue a tomar el aire. Sus ojos seguían húmedos, su interior vacío y su esperanza perdida.

De repente, Margot miró al cielo y pudo ver una multitud de destellos incandescentes flotando en el aire. Eso era lo más parecido al recuerdo que conservaba de las estrellas.

        -Lo más triste de las ciudades es que puedes ver todo tipo de luces menos la de las estrellas – pensó en voz alta.

Cual lluvia de fuego, las ascuas atacaron de nuevo a la gran montaña de colillas, generando una vez más aquella disgregación que consiguió alcanzar a Margot. Hope le dio la mano a Margot que, temblorosa, no pudo evitar romper a llorar.

        - ¡Rápido, Margot! – dijo entusiasmada Hope - ¡Pide un deseo!

 

Manuel Baños Calderón

1º Comunicación Audiovisual