W. G. Sebald: la literatura pura

He tenido la suerte de que hace

unos días me recomendaran un libro considerado ya como obra maestra del siglo

XX: Austerlitz,

de W.G. Sebald. Me lo recomendó un escritor que disfruta con los grandes de la

literatura, así que le hice caso y no perdí la oportunidad de hacerme con él.

Como fundamento de su recomendación me dijo que es un libro para leer cuando

hay suficiente tiempo por delante, cuando no hay prisas ni se prevén

interrupciones, cuando la tarea de leer no viene impuesta sino que se hace, cómo

diría yo, casi de forma contemplativa.

Esta novela es pura literatura.

Algunos dirán que en ella no pasa nada y que, como apenas hay puntos y aparte, es

para intelectuales raritos, y lo que se cuenta, si es que se cuenta algo, será

algo intrascendente, aburridísimo. La realidad, no nos vamos a engañar, es que

es un libro que requiere haber leído mucho, tanto en calidad como en cantidad,

y tener capacidad para discernir entre la mediocridad, lo vulgar, lo que más se

vende, y todo lo demás, que en estos tiempos es bien poco.

Efectivamente, Sebald utiliza

recursos narrativos muy poco frecuentes en esta época, aunque no hay nada en

Austerlitz que sea rompedor desde el punto de vista de la innovación

estilística. ¿Acaso hay que buscar la innovación por sí misma? A la vista de

este libro, se ve que la respuesta es que no.

Austerlitz es una persona en

busca de sus ancestros, perdidos durante la guerra, exiliado y educado en Gales

hasta la adolescencia. Ya. Nadie diría que este es el tema de la novela tras

haber leído las primeras cincuenta páginas (tiene casi trescientas, en la

edición española), donde las descripciones arquitectónicas ocupan un lugar

preponderante y ponen a prueba al lector poco avezado. La maestría de Sebald

consiste en mostrar las cosas que cualquiera puede ver usando el filtro de la

literatura para contar muchas otras cosas que solo el ojo entrenado del

literato es capaz de ver. Es una relación con las cosas puramente

contemplativa.

Al final del relato, el lector se

da cuenta de la gran cantidad de cosas que se le han ido contando tras tantas

páginas; relatos superpuestos, descripciones, opiniones, sentimientos, todo

salpicado de fotos y esquemas que ayudan a la comprensión del relato, pero no

lo sustituyen y tampoco, precisamente por ser apoyos, resultan imprescindibles.

Las artes se influyen mutuamente

y ya desde comienzos del siglo veinte el cine ha influido mucho en el ritmo

narrativo, conscientemente, como en los escritores de los años veinte y

treinta, o inconscientemente, como muchos de los narradores contemporáneos,

incapaces de hacer una literatura despegada del guion cinematográfico. Sebald

es una excepción, relata hasta agotar una realidad, sin importarle, por lo

menos aparentemente, la lentitud del ritmo narrativo, la secuenciación o la

"evolución psicológica", artilugios venerados por los grandes técnicos de la

literatura impersonal. Sebald era (murió en un accidente de tráfico en 2001) profesor

de literatura y de escritura creativa por lo que suponemos que sabía bastante

de estos aspectos teóricos. Sin embargo, su mérito está en no encasillarse en

los tópicos y a partir de las fuentes tradicionales crear algo verdaderamente

nuevo y bueno. No resulta extraño que empiece a ser considerado como uno de los

mejores novelistas del siglo veinte.

Carlos Segade