La fuerza de la fe

Relación del martirio del Beato Juan Duarte Martín, diácono y alumno del Seminario de Málaga, que se produjo en la semana del 7 al 15 de noviembre de 1936. Juan tenía entonces 24 años. Fue beatificado por Benedicto XVI el 28 de octubre de 2007, junto con otros 497 mártires de la persecución religiosa que se produjo en España entre 1931 y 1939. El autor nos narra la vocación de Juan, sus maestros en el Seminario de Málaga, muchos de los cuales alcanzaron el martirio con él, su pasión y su muerte cruenta el 15 de noviembre de 1936.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2009 www.libroHispania.com
215

Subtítulo: Vida y martirio de Juan Duarte Martín.

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Releo el libro "La fuerza de la fe", sobre la persecución religiosa en Málaga, en 1936, en el marco de la Guerra civil española. Vuelven a gustarme las figuras de su Obispo, el Beato Don Manuel González, el Seminario Diocesano y sus mártires, don Enrique Vidaurreta, Rector, y don Juan Duarte Martín, seminarista y diácono; sin embargo me deprime lo que el autor llama las "Claves para entender lo ocurrido". Utlizando una frase ya gastada, Sánchez Trujillo afirma que "no puede entenderse" a los mártires de la persecución religiosa sin conocer a sus verdugos. Se extiende así en explicaciones sobre la política anti-religiosa de la Segunda República, las fuerzas políticas que intervinieron en la persecución y las causas de la sublevación militar. Ello le lleva a utilizar palabras como "hordas", "populacho", "mujerzuelas", "sovietizar España", etc. Sin darse cuenta, está desviando nuestra mirada de la alegría de los mártires al odio de los verdugos; en vez de ayudarnos a entender, como pretende, nos aparta de la cuestión central: las palabras de Cristo según las cuales "sereis perseguidos por mi causa" y las virtudes heroicas de los siervos de Dios. Cuando recordamos a los mártires de los primeros siglos del cristianismo, nos importa poco situarlos en la persecución de Nerón, un gobernante venal, o en la de Trajano, un gran emperador; los verdugos importan poco, las que importan son las víctimas. Sánchez Trujillo se embarca en la tarea de responder a cuestiones tales como si la Iglesia fue la causante de su propia victimización o si la persecución religiosa fue un reflejo de la persecución política que se producía en el bando sublevado. Cita una frase del político catalán Cambó, según la cual "si la mitad de los que han sabido ser mártires hubieran sabido ser apóstoles, la horrible catástrofe no se hubiera producido", y responde con ironía, citando a Pío Moa, que "quizás los judíos no hicieron bastante apostolado entre los nazis". No; el mal coexiste en el mundo con el bien y es ocioso preguntarse porqué ocurren muchas cosas. Hay designios que están escritos en el Cielo y que "nadie conoce sino el Padre". Sánchez Trujillo señala como, todos los grupos sociales que sufrieron persecución en el siglo XX recuerdan y celebran a sus víctimas, menos la Iglesia española que parece avergonzarse de ellas. Es cierto y hay razones para esa actitud; en primer lugar se produjeron tantos excesos, tantos inocentes muertos, que parece como si las víctimas de la persecución religiosa no constituyeran más que una gota en un mar de amargura; en segundo lugar es conocida la reacción psicológica de los supervivientes de una persecución, de avengonzarse por haber resultado indemnes cuando hombres y mujeres mejores que ellos entregaron sus vidas; en tercer lugar parecería como si el franquismo hubiese subsanado lo ocurrido y fuera innecesario recordar a los muertos; en cuarto y último lugar, el espíritu de reconciliación que animó a la Iglesia española le llevó a perdonar y no denunciar los crímenes. El autor cuenta la anécdota de un Obispo francés que dió los últimos sacramentos en el exilio a Azaña, el Jefe de Gobierno español que dijo que "todas las iglesias y conventos no valían la vida de un solo revolucionario"; una señora que se encontraba presente le preguntó escandalizada: "Entonces ¿me voy a encontrar con ese monstruo en el cielo?", y el Obispo le contestó con humor: "No lo sé. No se si se van a encontrar ustedes en el cielo". Sánchez Trujillo señala como S.S. Juan Pablo II calificó como "pretextos" todos estos argumentos, volvió a poner en marcha los procesos de declaración de martirio por la fe que se encontraban detenidos desde los años sesenta, y como finalmente se procedió a su beatificación durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI. Independientemente de la batalla de las ideas políticas, los mártires de la persecución religiosa en España deberían servir como intercesores ante Dios y modelos para la Iglesia. Sánchez Trujillo concluye, citando a Vicente Cárcel Ortí, que la Segunda República española fue "sectaria, anti-democrática y fascista"; desde mi punto de vista esto es cierto y habría que recordarlo permanentemente, pero no en el contexto del recuerdo luminoso de los mártires; si las causas de su martirio fueron políticas lo fueron por parte de sus verdugos, no de ellos.

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Nos encontramos ante un libro atractivo y complicado a la vez. Recoge parte de la documentación presentada para la Beatificación de Juan Duarte Martín, diácono y alumno del Seminario de Málaga, asesinado el 15 de noviembre de 1936. Juan sufrió su particular pasión y muerte en el pueblo malagueño de Álora por negarse a blasfemar del nombre de Dios. El autor hace una breve biografía del mártir, una exposición de sus virtudes y demuestra que fue asesinado por odio a la fe. A continuación el relato se extiende a don Enrique Vidaurreta Palma, Rector del Seminario beatificado junto con Juan Duarte, así como a otros sacerdotes, seminaristas y religiosos asesinados en Málaga en las mismas fechas. La Diócesis de Málaga perdió el 65% de su clero y religiosos, de los cuales veintiuno han sido beatificados como mártires. El autor hace una exposición sobre las causas de la persecución religiosa en España durante la Segunda República y la Guerra civil (1931-1939). El análisis histórico es excesivamente dependiente de autores como Pío Moa o Federico Jiménez Losantos. En el último capítulo el autor analiza la responsabilidad que cupo a la Iglesia católica en aquellos hechos; la Carta colectiva del Episcopado sobre la persecución religiosa y la guerra civil; la implicación de la Iglesia con el régimen de Franco y su posterior distanciamiento. Para estos puntos el autor acude a la figura privilegiada del "cardenal del cambio", Mons. Vicente Enrique y Tarancón. Decía en un principio que el libro es complicado porque se inicia con un caso concreto, el martirio de Juan Duarte, para ir ampliando su campo de estudio al total de la persecución religiosa en España en las fechas citadas. Ésta tuvo bastantes puntos en común con la persecución y exterminio de los judíos europeos bajo el régimen nazi: Ambas fueron inmotivadas e irracionales; se dirigieron contra colectivos que escasamente se podían defender; se apoyaron en sentimientos atávicos basados en la ignorancia, en un caso el antisemitismo y en otro el anticlericalismo; se utilizó la propaganda para presentar a unos y otros como enemigos del pueblo; y la solución final que se pretendió fue la de erradicarlos, en un caso a los judíos y en el otro a los católicos, sus templos, imágenes, pastores y también a numerosos laicos. Lo curioso del caso es que mientras el nazismo ha quedado desacreditado ante la Historia, la Segunda República española todavía se estudia como un intento democrático fallido a causa del levantamiento militar. El autor se esfuerza por desvirtuar ese enfoque equivocado y ahí entramos de lleno en lo que resulta opinable. Sería preciso un juicio histórico objetivo sobre la Segunda República que, por otra parte, cada vez resulta más fácil al haber desaparecido la URSS, su modelo ejemplar y gran valedora.