La historia empieza en Sumer

El pueblo de Sumer era desconocido para los historiadores hasta que a mediados del siglo XIX, en excavaciones realizadas en Irak, aparecieron pruebas de la existencia de un pueblo anterior a los asirios y babilonios. Estatuas, estelas y sobre todo tablillas de barro cocido escritas, miles de ellas, fueron depositadas en museos de todo el mundo. Samuel Kramer (1897-1990) trabajó en el hallazgo, reconstrucción y traducción de los textos sumerios en los museos de Filadelfia, Estambul, Jena, Museo Británico y El Louvre. Fue profesor de Asiriología en la Universidad de Pensylvania y Conservador de las tablillas de esa Universidad. Los sumerios desarrollaron la escritura cuneiforme -en forma de cuña o clavo- sobre ladrillos de arcilla fresca, los cuales una vez secos eran fáciles de almacenar. La escritura inicialmente fue pictográfica -por representación de los objetos- y evolucionó hasta una escritura fonética -por transcripción de los sonidos-, lo que les permitió escribir todo tipo de textos: religiosos, literarios, jurídicos o comerciales. En los veintisiete capítulos de este libro el autor nos presenta textos sumerios acerca del trabajo de los escribas, de la agricultura, la medicina, las leyes, el Gobierno, la cosmología o los dioses. Era conocida la existencia de un texto babilonio sobre el Diluvio tal como lo relata la Biblia en el libro del Génesis. Kramer nos presenta el mismo relato en su versión sumeria. El texto está incompleto pero aun así narra el Diluvio que, por acuerdo de los dioses, había de borrar al hombre de la faz de la tierra. También nos presenta a Ziusudra, el Noé bíblico, que construyó un barco gigantesco salvando así la simiente humana de la destrucción. Kramer, cuyo padre era rabino, trata de llevar más allá de lo razonable el paralelismo entre los textos sumerios y la inspiración bíblica. Fundamentalmente porque los sumerios eran politeístas y adoraban al sol, a la luna al dios del aire y a un cuarto dios encargado de gestionar los asuntos humanos. La Biblia, por el contrario, se basa en la confesión de un solo Dios, espiritual, eterno y omnipotente, creador y providente con sus creaturas. Que algunos hechos o mitos de la antigüedad se incorporasen al texto bíblico no desvirtúa su carácter único.