Democracia y violencia

 

En esta obra conjunta dirigida y coordinada por jóvenes profesores e investigadores de diversas Universidades españolas, todos ellos especialistas en la historia contemporánea de España y de occidente, se analiza la violencia política y racista: los enfrentamientos verbales, físicos y con armas de fuego entre las diversas opciones políticas o raciales.

Evidentemente influye, y mucho, el triunfo de la revolución comunista, pues surgen grupos exaltados que suscitan enfrentamientos y exasperan las situaciones y luchas para provocar la lucha de clases, o al menos la toma de conciencia de clase y de clase oprimida. No olvidemos que en Rusia, desde 1917: “convertida en recurso ordinario de gobierno, la violencia fue una condición inherente al establecimiento de la dictadura del proletariado, o dicho de otro modo, el instrumento que permitió levantar el monopolio comunista del poder y su control absoluto y opresivo de la sociedad y el Estado soviéticos” (61).

Además el régimen comunista de Lenin y de Stalin utilizaron la violencia y las purgas masivas de millones de personas como “una parte esencial en la fase de consolidación de la dictadura del proletariado” (73).

Es interesante, por tanto, el análisis del crecimiento y desarrollo que hace el Profesor Fernando del Rey sobre el nacimiento de grupos paramilitares, nacional-socialistas, fascistas, comunistas, etc., dentro de algunos de los diversos partidos políticos y, por tanto, de las diversas ideologías en juego (101).

Es esta, de la violencia organizada, defensiva y ofensiva, por tanto, una cuestión clave que dio al traste el sueño, por ejemplo, con el sueño democrático de España de 1931-1936 y con el retraso hasta 1976 de la llegada de la democracia a España. Pero esta violencia está también en el origen de grandes convulsiones que se produjeron en Europa en el período entreguerras.

La pregunta clave es porqué la violencia, no sólo su origen y causas de su aparición, sino también el porqué del concepto de la guerra como fenómeno purificador de la sociedad y, consecuentemente, lleno de una fuerza inusitada.

Efectivamente, la primera guerra mundial produjo odio: ”Las escuelas del odio surgidas de la guerra atrajeron a millones de hombres ocupando en cierto modo el lugar que en tiempos pretéritos llenaron las religiones y la fe” (105).

El fascismo fue creciendo, también el comunismo y también el anarquismo (129) que en España llegará a contar con más de 500.000 afiliados y cuya actuación antes de la guerra civil era desestabilizante y durante los primeros años de la guerra civil determinante en muchos lugares (419).

Enseguida hay otra conclusión: la Primera Guerra Mundial no se terminó bien, ni se aprendió la lección, es más, se añade en este libro y esta es una de las tesis del trabajo: “En términos cronológicos, el triunfo de la idea democrática al finalizar la Primera Guerra Mundial fue un espejismo efímero. En pocos años se truncó lo que en realidad solo fue un amago democratizador. Las fuerzas autoritarias y/o totalitarias aplastaron la mayoría de los nuevos regímenes constitucionales” (105).

El caso español es todavía más paradigmático en cuanto a la explosiva violencia antirreligiosa que se desató desde el comienzo de la guerra civil española hasta alcanzar unas dimensiones nunca vistas anteriormente, de modo, que el profesor Julio de la Cueva puede denominarla: “La liquidación revolucionaria de la religión” (429).

José Carlos Martín de la Hoz

Fernando del Rey-Manuel Álvarez Tardío (d), Políticas del odio. Violencia y crisis en las democracias de entreguerras, ed. Tecnos, Madrid 2017, 510 pp.