Una de las características de la teología subyacente al catecumenado de los primeros siglos es, indudablemente, la figura de la “imago Christi”, es decir, poner como meta a los catecúmenos el alcanzar, con la gracia de Dios, a lo largo de la vida, la completa imitación de Cristo hasta sufrir el martirio como Él sufrió la pasión y muerte en la Cruz redentora.