Blog de acabrero

Familia contaminada

Cuando leo en la prensa que el grado de contaminación en las calles de Madrid es altísimo siempre pienso en que la única manera de darse cuenta es salir un poquito de la ciudad hacia la sierra, parar el coche y mirar para atrás. Entones uno ve la “boina”, indudable, inamovible, sucia y fea.  Pero en mi calle, en el parque que hay junto a mi casa, veo unos árboles otoñales preciosos, y un cielo azul agradable, y los niños jugando tan contentos. Pero la contaminación está ahí, y nos lo tienen que decir los expertos: hay un porcentaje de concentración de…

Iconoclastas

Caminando recientemente por el monte, recordábamos –no sé a cuento de qué- la cruz que había en lo alto de la Pinareja, 2150 metros de altitud, bien visible desde lejos, pues tenía un tamaño considerable. De hierro, les tuvo que costar lo suyo a quienes la pusieron hace ya bastantes años. Ya no está, los iconoclastas no solo la han quitado, es que no han dejado ni rastro. Mi compañero me dijo de otra semejante en otro pico, creo que también en la Sierra de Guadarrama. En ambos casos solo queda el buen montón de piedras que sujetaban el peso.

Apología de Sócrates

En una edición reciente se pueden encontrar las dos célebres apologías de Sócrates, de Platón y de Jenofonte. En la  primera encontramos a un atentísimo discípulo, presente en el juicio por el cual se condena a muerte a su maestro describiendo, lo más fielmente posible, la defensa del maestro, su aceptación de la sentencia y sus últimas palabras antes de que se produzca la ejecución. Jenofonte escribe por lo que le cuentan algunos testigos y lo que le dicta su admiración de alumno. En ambos casos encontramos unos textos extraordinarios que muestran la personalidad del gran maestro.

El día del Señor

Lo más grande que puede hacer el hombre es dar gloria a Dios. El pecado más grave y generalizado en nuestra sociedad es la impiedad. Hay muchos que no viven su fe, y los que la viven lo hacen de modo tibio, y se olvidan de lo importante. Les ocurre como ya pasó con los israelitas, que oyeron las reprimendas de Yahvé a través de los profetas, porque adoraban a los ídolos. “Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí” (Ex 20, 2). Quizá ahora habría que insistir más en lo esencial.

Descubrir la libertad

Hay una dificultad cultural importante para entender qué significa ser libre. Quizá cuando a las personas les coartan notablemente la libertad, por ejemplo en un régimen totalitario, es más fácil que haya una reflexión profunda sobre qué significa ser libre. Quienes no tienen limitada injustamente su libertad de movimientos y de elección pueden omitir esa reflexión sobre la libertad ontológica del hombre.

Sobriedad y libertad

El Papa Francisco, en su última encíclica, Laudato sí, escribe que “la espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo” (n. 222). Bien sabemos hasta qué punto el Pontífice se sitúa contra el modo de vida habitual en el primer mundo, en el ambiente occidental especialmente, donde lo habitual es el hedonismo. Y sabemos que es muy difícil en este contexto, sobre todo entre las personas de clase media o alta, mover al desprendimiento, la modestia o la sobriedad.

Tiempo para trabajar, tiempo para descansar, tiempo para contemplar…

Hay tiempo para todo. Debe haber tiempo para todo. Pero lo primero es apreciar la realidad de que el tiempo está ahí para nosotros. Tenemos tiempo. Decir esto es, en muchos casos, algo parecido a decir: tenemos reloj. Algunos pueden pensar que cuando no había reloj la gente no sabría si tenía tiempo, pero es falso. Antes del reloj de pulsera había relojes de arena y también de sol y, sobre todo, un sexto sentido para saber, casi intuitivamente, que era tiempo de descansar, que era el momento para rezar, que era el momento para la familia.

De televidentes a lectores

Es interesante constatar que el lector habitual pone bastantes medios para que los demás también lo sean. El gozo que lleva consigo la asimilación de libros de un modo constante, aunque sin obsesiones, es algo que desea compartir. Es verdad que puede repercutir en beneficio del propio lector, pues es muy gratificante poder hablar de libros con los amigos, o escribir para beneficio del prójimo, pero en principio el deseo de convertir a los demás en lectores es bastante desinteresado.

Pasión por el libro, pasión por la biblioteca

Son numerosísimas las buenas obras literarias en las que el autor aprovecha cualquier excusa para hacer un elogio encendido del libro o vierte sus razones por las que habría que leer mucho. La razón es sencilla, ese autor, que está escribiendo una obra de mayor o menor enjundia, se sabe deudor de su afición a los libros. No hay escritor sin lector. Y el escritor goza en su labor. Por eso se pueden encontrar infinitos argumentos que apoyan la importancia de la lectura y que manifiestan el amor al libro.

Fantasmas

En mis manos han caído, en tiempo casi coincidente, tres libros de “apariciones”. Ha sido totalmente casual, no creo  que haya ninguna causa oculta que lo haya provocado. “La puerta del cielo”, de Reyes Calderón, me interesó cuando lo vi en la librería, por el tema, que se adivina en cuanto se ojea mínimamente, a pesar de la portada, que es poco atrayente. Me pareció atrevido el asunto, por complicado, sobre todo cuando no se pretende un planteamiento morboso. Las posesiones diabólicas, en otros autores, pueden dar lugar a situaciones rocambolescas y desagradables. También en este libro hay situaciones desagradables, como para quitarle el sueño a más de uno. Pero esta autora, de quien no había leído todavía nada, me pareció que podría tratarlo de manera adecuada.

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