Cada una de las muchas generaciones de cristianos que se han ido sucediendo a lo largo de los XXI siglos de existencia de la Iglesia Católica, han ido con toda naturalidad viviendo su fe en la cultura a la que cada uno pertenecía y en la que había nacido y había madurado, de modo que la propia cultura terminaba por cristianizarse y pulirse, erradicando lo que tuviera de contrario o inconveniente a la fe. Inmediatamente, se nos ha recordado, que debemos plantearnos cómo estamos, personalmente, trasmitiendo nuestra fe en Jesucristo y su doctrina salvadora, en el ámbito de nuestra familia, de nuestro ambiente profesional y social y en nuestra sociedad. Así lo expresa claramente el Catecismo de la Iglesia Católica: “El creyente ha recibido la fe de otro, debe trasmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes” (CEE, n.166).