Prisionero en la cuna

En esta obra íntima y bellamente ilustrada, Christian Bobin evoca su infancia —hermosa a la par que terrible, como los ángeles— transcurrida en Le Creusot, en la Borgoña francesa, ciudad de la que nunca se ha ido. La delicadeza, sabiduría y brevedad aforísticas a las que acostumbra el autor invitan al lector a pasearse, rodeado de flores o bajo la nieve, por una ciudad en la que «porque no hay nada que ver, los ojos se empiezan a abrir y las visiones se multiplican».
«Era el prisionero más joven de toda Francia. Iba de mi habitación al patio y del patio a mi habitación. Cada verano lo pasaba encerrado en casa, recorriendo el claustro de las lecturas, disfrutando del frescor milagroso de tal o cual frase. Cuando quería salir, un ángel cerraba la puerta. Renunciaba a mi proyecto y volvía a mi habitación. El ángel me arrebataba la vida. La reencontraba en los libros».

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2020 Ediciones Encuentro
96
978-84-1339-034-5

Traducción de Jesús Montiel 

Ilustraciones de Andrea Reyes

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Imagen de cattus

En este nuevo libro, Bobin, con su estilo lírico y aforístico característico, nos cuenta sobre su infancia, en un ambiente poco atractivo aparentemente, pero que su capacidad de observación y de ensimismamiento va convirtiendo en encuentro con la belleza trascendente de lo cotidiano, de los detalles, tanto ante unas flores, un mueble, unas nubes, etc., como frente a la mirada o al gesto de alguien. Enseña al lector a contemplar, a ver la vida como un don, y lo cotidiano como gracia. Trasfondo cristiano, pero con algún breve comentario un tanto reticente sobre la Iglesia. La traducción de Jesús Montiel es excelente. Luis Ramoneda

 

Imagen de amd

Relato íntimo del autor sobre su infancia, “ese niño que respira aquí, en estas páginas”. Siguiendo con su característico y peculiar estilo fragmentario, Christian Bobin rememora momentos de los primeros años de su vida: la infancia de un niño retraído en una ciudad discreta de la que apenas ha salido. Con su excelente prosa poética de siempre, el autor hace un retrato personal de ese niño que fue y de la ciudad que lo vio nacer: Le Creusot, un pequeño recinto, un lugar de fábricas, óxido, obreros, pobreza, suciedad, que lo tiene prisionero desde la cuna, y que consigue trascender solo gracias a sus lecturas.

Por supuesto, en esta obra sigue brillando la naturaleza espléndida y deslumbrante (“que es el rostro de Dios soñando”), presentada mediante una maravillosa y continua personificación: las peonías ríen como jovencitas, el melocotonero reumático, la madera lapidada por las lluvias y acosada por el sol… Y también fascina la presencia de un cortejo sucesivo de ángeles “que levantan sobre esta ciudad perdida sus palacios de luz y sus catedrales de aire”. Pero, si nos atenemos al título Prisionero en la cuna, queda patente a lo largo de todo el relato una gran carga negativa, presente en sustantivos como soledad, muro, cautiverio, asfixia, hastío, ingratitud, odio, que inexorablemente va calando en el lector. Esto, junto a algunos recuerdos oscuros sobre su familia y ciertas críticas a la Iglesia y sus representantes (liturgia, ceremonias, imágenes), van dejando un poso de amargura y de sensaciones agridulces y contradictorias a lo largo de la lectura.  

Y, entonces, “¿cómo es posible vivir y escribir en este rincón perdido de Le Creusot”. Los pensamientos del autor sobre la reclusión, el encierro, la soledad se acentúan; pero también reflexiona sobre las válvulas de escape que posee el ser humano: la contemplación de la naturaleza, a través de una ventana o mirando al cielo, “una mariposa que puede salvar una vida”, leer que es desbrozar un camino en el alma o escribir, sentado frente a una mesa que miraba soñadoramente hacia el lienzo pintado de cielo azul. Probablemente, de esta misma forma, Bobin  ha escrito este libro “para todos los que tienen una vida sencilla y muy hermosa, pero que terminan dudándolo porque únicamente se les propone lo espectacular” (p. 13).