Crecer para adentro

 

En la Cuarta parte del Catecismo de la Iglesia Católica en un sencillo enunciado al comienzo de la materia de la oración y del comentario del padrenuestro, se plantea con todas las letras: la llamada universal a la contemplación.

Durante siglos se había discutido acerca de si la santidad, la contemplación, era para todos los cristianos o solo para unos cuantos. Precisamente, el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium, proclamaba la llamada universal a la santidad, es decir el núcleo del mensaje del Opus Dei. Todos somos llamados a ser contemplativos.

El Espíritu Santo aprovecha las circunstancias ordinarias y extraordinarias de la vida para meternos por caminos de oración. Por eso cuando san Josemaría y un pequeño grupo de personas del Opus Dei, familiares y amigos pudieron esconderse en la legación de Honduras en los primeros meses de 1937 y allí estuvieron hasta septiembre, san Josemaría vio providencial la situación para recordarles que era el momento de crecer para adentro.

Es exactamente lo mismo que nos pasa a nosotros; tenemos que quedarnos en casa un tiempo determinado, la guerra contra el coronavirus es frontal. Tenemos que estar parados durante un tiempo, con los nuestros, con días aparentemente vulgares.

Estamos quietos por el virus y Dios desea invitarnos a aprovechar este tiempo para mejorar la oración vocal, la oración de meditación del evangelio hasta que los llegamos a la oración de contemplación. Unos años antes, en la Inmaculada de 1932, san Josemaría había escrito un pequeño libro comentando las escenas del santo evangelio a través de los misterios del Rosario. En la carta con la que enviaba a su confesor esas cuartillas le decía: “Dios quiere que mis chicos vayan por caminos de contemplación”.

Contemplar es ir un poco más allá, es descubrir el trasfondo de las cuestiones, es comprobar de veras con ejemplos concretos de nuestra vida, que Dios es mi Padre, que mis hermanos los hombres, con sus defectos y debilidades son un camino de contemplación. Como afirmaba san Josemaría en la homilía hacia la santidad: “si tú procuras meditar, Dios no te negará su gracia”.

Ver los acontecimientos desde los ojos de Dios: pensar en los que están solos, en los que no tienen familia, en los que no tienen un amor en el corazón, en los que están enfermos, en los moribundos, en el personal sanitario que está encontrando la salud, pero también la muerte. Podemos rezar mucho por ellos, podemos unirnos al Amor de Dios por ellos.

Pensar en la familia, en las amistades, organizarnos para charlar un rato y devolvernos el optimismo y la paz. San Josemaría y aquel grupo de jóvenes se hicieron un horario; tiempos de oración, de lectura, de estudio, tiempos para charlar en una conversación familiar para reírse, para ponerse serios hablando de cosas serias, para sentirnos unidos.

Podemos imaginarnos a Juan Jiménez Vargas, uno de los que acompañaban a san Josemaría, salir a la calle al anochecer en la plaza de Castelar para estirar las piernas, en nuestro caso con el perro, y decía: un día más, no ha pasado nada, pero aquí seguimos.

José Carlos Martin de la Hoz