Sábado 20 de agosto. A las
9:00 en la entrada nº 1 de Cuatro Vientos. Tres sacerdotes nos hacíamos cargo
de la carpa eucarística 3. Entré en el recinto de la base aérea, por primera
vez, y el primer reconocimiento visual de lo que había visto en el papel me
permitía ver, a lo lejos, la que debería ser mi carpa. Media hora de reloj, a
buen paso, me costó llegar. Fue el primer descubrimiento
de la magnitud del lugar. Celebramos misa, con el motivo principal de reservar
la Sagrada Forma que se veneraría en la Exposición prevista de 12 a 6 de la
madrugada en cada carpa.
Teóricamente nuestra
función el resto del día, hasta la hora la Vela, era custodiar el lugar.
Teníamos asignados cinco voluntarios que, podría pensarse, no iban a tener mucho
trabajo. Pero, a pesar de ser la carpa
más apartada, pronto llegaron jóvenes a rezar. Desde el principio tuvimos
algunos sacerdotes que se presentaron dispuestos a confesar. Teníamos 7 sillas,
que en muchos momentos estuvieron ocupadas por confesores. Empezó desfilar un
goteo constante de penitentes. Desde las primeras horas hubo sacerdotes que
pidieron celebrar misa para sus grupos. Una misa detrás de otra. Varios
style='mso-spacerun:yes'> sacerdotes confesando todo el día.
El calor tórrido hacía
muy apetecible la carpa para "tomar la sombra". Suponía un esfuerzo adicional
para los voluntarios ir indicando a los jóvenes que entraban que aquel era un
lugar de oración. En seguida se daban cuenta de si la indumentaria no era
decorosa o que no era lugar para entrar con la Coca Cola. Y aquella gigantesca
tienda, del tamaño de un campo de tenis, con la presencia de Santísimo
Sacramento en una arqueta apropiada, fue un lugar de oración, de recepción de
los sacramentos, de mucha Gracia de Dios.
El Maligno debía estar
muy enfadado ante aquel panorama, y apareció en forma de tremenda tormenta. Un
golpe de viento muy fuerte arrancó las fijaciones de los grandes pilares de
hierro que sostenían toda la carpa. Fue un momento de pánico. Cogimos la
arqueta del Santísimo y la gente salió despavorida. Fuera llovía muy
fuerte. Todo ocurría mientras el Papa
estaba presidiendo la Vigilia de oración. Llevamos al Santísimo a una pequeña
capilla en el lugar donde se revestían los obispos, pasando por numerosos controles.
Después de mucho caos, lluvia, viento, depositamos la arqueta en el pequeño
altar. Hasta allí, acompañando al Señor, llegamos
style='mso-spacerun:yes'> tres sacerdotes, un voluntario y una
religiosa. El voluntario, un muchacho joven, dijo: "deberíamos rezar algo". De
rodillas estuvimos unos minutos de silencio y luego la religiosa comenzó
style='mso-spacerun:yes'> a rezar en voz alta: "Te damos
style='mso-spacerun:yes'> gracias, Señor, porque nos proteges de la
tormenta, te damos gracias por todos
estos jóvenes…".
Después de comunicar a
los organizadores lo que conocíamos de la dimensión del estropicio –carpas 2, 3
y 12 inutilizadas- nos dispusimos a volver al lugar de los hechos, pero la
Vigilia había acabado –nosotros no habíamos visto nada- y tuvimos que esperar a
que salieran los obispos. La manifestación más gráfica de la universalidad de
la Iglesia fue aquel muestrario de 800 obispos que desfiló ante de nosotros.
El diablo se salió con
la suya: no hubo adoración eucarística en algunas carpas. Pero la abundancia de
Gracia derramada durante todo el día ya nadie podía evitarlo. Y dimos muchas
gracias a Dios por tanta maravilla.
Ángel
style='mso-spacerun:yes'> Cabrero Ugarte