Dios y la conciencia

 

Desde la publicación de los documentos del Concilio Vaticano II (1965), la posterior recepción en el ámbito de la teología moral, la edición del catecismo universal de la Iglesia Católica (1992) y la publicación de la Encíclica de san Juan Pablo II, Veritatis Splendor (1993), como exponente más última y de fondo, de la profunda renovación operada en el ámbito de la teología moral, pasaron muchos años, muchas publicaciones y pasaron muchas cosas.

Entre otros conceptos claves que fueron profundizados, como el objeto moral, los mismos absolutos morales y tantas otras cuestiones importantes. Pero hay una de particular interés para el momento actual, que conviene detenerse, aunque sea brevemente. Nos referimos a la conciencia como regla próxima de moralidad para el hombre.

Entre las diversas fuentes en las que podríamos apoyar nuestro breve comentario, hemos decidido releer las palabras dedicadas a esta materia en el pensamiento de san Juan Pablo II, del papa Benedicto XVI, pero también y, con especial veneración y deferencia, al cardenal arzobispo de Bolonia, director del Instituto Juan Pablo II para la familia y profesor de Teología Moral Fundamental, recientemente fallecido Carlos Cafarra (1938-2017).

Precisamente, Carlo Cafarra al hablar de la Conciencia moral del cristiano, en el ámbito de la vida en Cristo, en su famoso manual de Teología Moral Fundamental, afirmaba que: “La conciencia moral es un juicio mediante el cual examina la bondad o malicia de una acción en razón de la relación de ésta con la norma moral universal, de suerte que todo hombre está en situación de realizar, en el mundo singular e irrepetible que le es propio, las exigencias de la verdad objetiva de su ser personal como tal” (114).

Así pues, seguir el juicio de conciencia requiere una profunda y habitual formación de la conciencia, un trato habitual, contante y dócil con el Paráclito, así como el deseo renovado de la búsqueda de la voluntad de Dios como fin de nuestra entera existencia (119). Aquí se engarza la colaboración constante del Espíritu Santo como guía del obrar humano hacia la santidad, con su gracia y sus dones (120).

Precisamente, porque se trata de la identificación con Cristo, habitualmente no habrá conflicto entre la conciencia y el magisterio de la Iglesia, pues como subraya Cafarra: “la conciencia moral del cristiano no es un órgano de transmisión de la Verdad de Cristo en la Iglesia, sino el órgano de la interiorización personal de la misma” (122). Es más, añadirá: “Sólo el Magisterio transmite autorizadamente la Verdad y sólo su transmisión debe ser reconocida por toda la Iglesia como normativa. La conciencia tiene sólo la tarea de mediar esta transmisión en la situación del individuo” (126)

José Carlos Martín de la Hoz

Carlo Cafarra, La vida en Cristo, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 236 pp.