El don de la libertad

 

Estos días hemos recordado el quinto aniversario de la confirmación pontificia del nuevo prelado del Opus Dei, Monseñor Fernando Ocáriz, elegido en el congreso electivo que tuvo lugar el 23 de enero del 2017 en Roma y que fue confirmado el mismo día por el papa Francisco.

Inmediatamente, se dirigió a toda la extensa familia del Opus Dei y cooperadores y amigos en el mundo entero con una extensa carta, en la que además de pormenorizar las conclusiones del Congreso General del Opus Dei, subrayaba especialmente que el objetivo de la vida apostólica de los fieles del Opus Dei y de su propia vida interior debía radicar en “la centralidad de Jesucristo”: “En primer lugar, se ha considerado la centralidad de la Persona de Jesucristo, a quien deseamos conocer, tratar y amar” (Carta del Prelado, 14.II.2017, n.8).

Precisamente, san Josemaría había subrayado muchas veces a lo largo de su vida y de su predicación que el itinerario de la santidad en el Opus Dei se resumía precisamente en esa expresión.  De hecho, uno de los primeros fieles del Opus Dei, Ricardo Fernández Vallespín, recordaba que el 29 de mayo de 1933, “antes de despedirme, el Padre se levantó, fue a una librería, cogió un libro que estaba usado por él y en la primera página puso, a modo de dedicatoria, estas tres frases: «que busques a Cristo, que trates a Cristo, que ames a Cristo»” (Cfr. Camino, n. 382)

Con esas tres expresiones explicaba un itinerario de cómo debían los fieles del Opus Dei poner en juego sus talentos y el sentido de sus vidas, eso sí, gozosamente, alegremente, cumplidamente. En los escritos de san Josemaría aletea siempre la libertad. Una libertad que está para amar día a día sin acostumbramiento ni rutinas, pues eso sería no poner toda la libertad en juego: con una entrega plena a esa búsqueda incesante de Jesucristo, para meterlo muy dentro de nuestro ser.

En ese sentido para san Josemaría no había ninguna contradicción ente libertad y entrega, puesto que, para él, el máximo acto de libertad era entregar la vida a Jesucristo y la entrega, precisamente, porque era libre, era joven y gozosa. De hecho, san Josemaría se imaginaba el cielo como un infinito acto libre de donación y de entrega al amor de los amores.

Asimismo, recordaba el beato Álvaro del Portillo quien había acompañado toda su vida a san Josemaría hasta su muerte y había asistido a la beatificación del Fundador que “para hacer apostolado, para contagiar el amor a Jesucristo a los demás, no hace falta audacia, pues basta la naturalidad del amor”. Es decir que si nos costara hablar de Jesucristo a un amigo, la solución no sería violentarse y hablar, sino amar más a Dios y querer más a ese amigo, para que surgiera con toda naturalidad presentar a un Amigo a  otro amigo.

Precisamente, nos recordaba Mons. Ocáriz en su carta dedicada a la libertad, que la libertad interior consistía en hacer las cosas por amor, gracias a lo cual estaremos siempre contentos (Carta del Prelado, 9.I.2018, n. 16)

José Carlos Martín de la Hoz