El realismo de la llamada diaria

 

En estos días he podido repasar con detenimiento la página web “Religión en Libertad” y me ha resultado muy interesante y aleccionador escuchar la narración, en primera persona, de un buen grupo variado de almas que, en esa página, describen su encuentro vocacional con Jesucristo, aquél que cambió radicalmente, para siempre, el rumbo de sus vidas.

También es conmovedor comprobar, que esas historias tienen en gran parte algo común y, en gran parte, algo distinto, muy íntimo y personal: por una parte, se asemejan mucho unos descubrimientos a otros, en cuanto al modo de sentirse de una manera o de otra golpeados, llamados, atraídos por Dios y, por otra parte, en esas narraciones hay siempre algo distinto, como habitualmente sucede en todo encuentro vital, contemporáneo y directo entre dos personas.

En definitiva, estamos ante la narración del impacto de la llamada, y eso resulta siempre muy parecido a lo que nos narra el santo Evangelio o los Hechos de los Apóstoles, cuando describen la llamada de los primeros apóstoles y discípulos que experimentaron el impacto del encuentro con Jesucristo.

Lógicamente, la mayoría de los cristianos del siglo XXI, al recibir el bautismo de niños, no recordamos el carácter indeleble del mismo, la solemnidad de la unción, ni el derramarse del agua sobre nuestras cabezas reflejando el perdón del pecado original, ni tampoco la irrupción del Espíritu Santo en nuestras almas. En efecto, la llamada de Jesucristo en el bautismo, es algo espiritual, indeleble y eterno; el crisma con el que somos ungidos lo hace irrepetible, se graba en nuestra alma para siempre, es la palabra de la Escritura: “Tu eres mío” (Is 43,1).

Así mismo, gracias a la vida de oración personal y al trato personal con Jesucristo habitual en el que consiste la vida cristiana, resulta muy impresionante escuchar los recuerdos de los niños al recibir la primera comunión o las sencillas confidencias en la dirección espiritual de los cristianos corrientes en las que narran con toda naturalidad sus arrepentimientos, sus conversiones, sus ascenso en el alma, íntimos y personales descubrimientos, es decir encuentros con Jesucristo y su madre del cielo. Son el eco de esas palabras de san Josemaría en Camino: “la conversión es cosa de un instante, la santificación es obra de toda una vida” (Camino n. 285).

La Santa Madre Teresa de Calcuta un día de 1946, en un tren, camino de Darjeeling en el otro extremo de la India escuchó en su interior: “Ven sé mi luz entre los más pobres de los pobres”. Aquel día se produjo un cambio radical y comenzó la vida de las misioneras de la caridad.

Del mismo modo cada cristiano bautizado en su vida de oración y en la dirección espiritual escuchará un día de manera contundente la llamada de Dios a vivir en profundidad su relación personal con Jesucristo y oirá su nombre: “Ven sé mi luz entre los familiares, amigos, compañeros”. La cuestión es escuchar: “brille vuestra luz delante de los hombres de modo que brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

José Carlos Martín de la Hoz