El sentido común

 

La lectura del trabajo extenso e interesante trabajo del profesor Diego Fusaro de la Universidad de Milán, acerca de la vida y la obra del marxista italiano del siglo XX Antonio Gramsci (1891-1937), aporta un iluminador apunte acerca del llamado sentido común o filosofía del sentido común.

Precisamente, el expresivo título de “la pasión de estar en el mundo”, refleja con gran fuerza la verdadera sujeción de Gramsci al terreno de la realidad y a los problemas del día a día, es decir, de la cotidianeidad. Nada más alejado del filósofo que vive en las nubes o al político que parlotea desde la utopía. Por el contrario, el profesor Fusaro nos trae el recuerdo, vivo y fuerte del esencialismo gramsciano, recordando que para Gramsci la clave está en la cultura: “considera la cultura como el fundamento para formar al sujeto revolucionario, el camino a seguir para que llegue a ser ‘en si y por si’, consciente de sí mismo y de sus cometidos históricos” (31). De hecho, la vía del pensador italiano ha sido interpretada como una verdadera herejía del redactor del Capital, Kal Marx, (65-66) y, también, como una reinterpretación del pensamiento marxista para la mente del hombre moderno.

En primer lugar, el autor se plantea hasta qué punto se puede hablar hoy día de “sentido común”, habiendo una cultura globalizada e implantada y, a la vez, llena de matices y cómo se puede transformar en el sentido marxista de la expresión y hacerlo praxis revolucionaria, es decir, cómo se puede conjugar la ortopraxis con el sentido común: “de acuerdo con la reconstrucción de Gramsci, el sentido común se configura como la filosofía de las masas o, más precisamente, como el sistema de categorías filosóficas que se ha vulgarizado convirtiéndose en una visión colectiva y popular” (134).

Gramsci anotará en sus cuadernos de la cárcel unas clarificadoras afirmaciones a favor de la imposición de la ideología sobre la vida real y la verdad natural y la convicción de que los intelectuales son los que realmente crean el sentido común y, por tanto, la necesidad del marxista de no separarse del pueblo para manipularlo y conocerlo bien: ”admite de forma cristalina la necesidad para la filosofía de la praxis de convertirse en sentido común y, por consiguiente, en instrumento ideológico de lucha por la hegemonía, ‘hay que cambiar el sentido común, crear un nuevo sentido común, para hacerlo es imprescindible quedar en contacto con las gentes sencillas’” (132).

Es interesante, que el propio Gramsci no aspire a eliminar el sentido común, sino a manipularlo, purificarlo y dirigirlo: “por eso, aun a riesgo de dogmatizarse, la filosofía de la praxis debe llegar a ser sentido común, purificando el que existe y remodelándolo desde su interior: debe, además. ‘hacer salir a la multitud de la pasividad” (133). Para Gramsci la filosofía de la praxis debe ser el nuevo sentido común, popularizarse y convertirse en algo difuso, popilar, omnipresente, masificado y vulgar: “Solo de este modo la filosofía de la praxis puede promover el nacimiento de una hegemonía alternativa con respecto a la dominante” (135).

José Carlos Martín de la Hoz

Diego Fusaro, Antonio Gramsci. La pasión de estar en el mundo, ediciones siglo XXI, Madrid 2018, 191 pp.