El sentido que Jesús dio a su propia muerte

 

En el reciente trabajo publicado por el profesor de la Facultad de Teología de Cataluña, Amand Puig i Tárrech (Tarragona, 1953), en ediciones Sígueme, sobre el tránsito de la cena eucarística de Jesús el día de la última cena, a la liturgia cristiana de los primeros siglos de la Iglesia Católica primitiva, se aportan mucha e interesantes conclusiones y argumentos de gran valor.

Vamos a detenernos, aunque sea brevemente, en los aspectos sacrificiales de la última cena cuando anticipa sacramentalmente el misterio salvífico de la cruz de Cristo, es decir en la soteriología,

Es muy interesante que nuestro autor haya querido detenerse precisamente, en “el sentido que Jesús habría dado a su propia muerte”. Evidentemente, el profesor Puig procederá revisando los principales textos escriturísticos, las aportaciones de la tradición y los grandes escritos de los Padres de la Iglesia, Concilios universales: “debemos preguntarnos si su muerte fue concebida por el propio Jesús como un acto redentor, o bien si el carácter salvador de esta muerte procede de la relectura cristológica pospascual. Es preciso esclarecer cómo la fórmula «por nosotros los hombres y por nuestra salvación» del credo niceno-constantinopolitano se fundamenta en el itinerario terrenal o histórico de Jesús” (117).

Inmediatamente citará una afirmación del exégeta Joachim Jeremias quien haciendo uso del “Siervo de Yahvé” de Isaías: “llevó los pecados de muchos” (Is 53) y de 1 Pet 2, 24: “El llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño”, concluirá que “Jesús se habría comprendido a si mismo como el cordero pascual escatológico cuya muerte inaugura el tiempo de salvación y, por esta razón, su muerte sería salvadora” (117).

Finalmente, concluirá: “En resumen, Jesús dio un valor soteriológico a su propia muerte, ya que la comprendió como una muerte a favor de toda la humanidad -como deja entender la fórmula -«por muchos/por una multitud» (Mc 14, 24; Mt 26,28-“ (122-123).

Lógicamente, nuestro autor presentará con gran viveza algunos textos antiguos, entre los que destacan los correspondientes a la Didajé o doctrina de los doce apóstoles redactada recogiendo la práctica litúrgica de los primeros cristianos en un extenso documento de finales del siglo II: “cuando os reunáis cada día del Señor, partid el pan (Didajé, 14,1)” (191).

Enseguida la Didajé añadirá que la eucaristía debe ser: “«un sacrificio/ofrenda pura» para Dios cuyo nombre es digno de ser alabado en todos los pueblos (Didajé, 14, 1-3)” (194).

Llegados a este punto, nuestro autor vuelve al famoso texto de san Justino en su primera Apología, cuando recuerda con toda viveza cómo en la Eucaristía, después de las palabras de la consagración: “el pan y el vino se han «eucaristizado»” (202).

José Carlos Martín de la Hoz.

Armand Puig, El Sacramento de la Eucaristía. De la última cena de Jesús a la liturgia cristiana antigua, ediciones Sígueme, Salamanca 2021, 301 pp.