Kafkiano modo de vivir

 

Me parece sugerente la afirmación que Nubiola hace sobre un autor bien conocido por los lectores, Kafka. Dice que “escribir exponiendo sus emociones y vivencias, fue una labor casi cotidiana en la que seguramente encontró un método para curar su alma” (p. 64). Si hemos leído algo del autor austrohúngaro, estaremos más o menos familiarizados con el concepto “kafkiano”. Está universalmente extendido y nos hacemos una idea de lo que significa.   

Decía Kafka: “Nosotros estamos, vistos con el ojo manchado por lo terrenal, en la situación de los viajeros de un tren que se ha accidentado en un largo túnel, y precisamente en un lugar donde ya no se ve la luz de la entrada, mientras que la luz del final es tan débil que la mirada debe constantemente buscarla y la pierde de continuo, con lo que ni siquiera principio y fin son seguros” (p. 68). Nos horroriza pensar en una vida así, pero no estamos tan en la inopia como para no darnos cuenta de que hay muchos que están en la vida de esta manera.

Es verdaderamente kafkiano, y sin embargo este autor tenía una gran ventaja sobre esas personas que tenemos a nuestro alrededor: él se daba cuenta, era consciente de que estaba perdido. Es ya un principio, saberlo. Solo así puedes ponerte a buscar o, cuando ves a alguien cerca, un amigo, un colega, que tiene una dirección clara en la vida, voy y pregunto. Lo peor es no saber siquiera que estás perdido. Están mareados, están borrachos -es una manera de distraerse del mal- pero no se dan cuenta de que están extraviados.

En sus escritos Kafka manifiesta un suspense total de su vida, un modo de vivir sin fundamento, pero con preocupación por el futuro. No tiene la clave, no sabe por dónde tirar, pero sabe que no va bien. “Páginas apretujadas, repletas, con márgenes llenos, con letra agazapada, con borrones, que dan muestra de una escritura desesperada. Siempre tuvo grandes preocupaciones espirituales” (p. 64). Descubrir la personalidad de un escritor así no deja de producir cierto desasosiego y, sin embargo, podemos decir que era un hombre que buscaba.

Él suspiraba por aquello en lo que no creía. Lo echaba en falta casi sin darse cuenta. Era un joven con energía vital, pero carente de un fondo que le sostuviera. Hoy vemos a muchos que, para no respirar ese ambiente tórrido, se esconden en el alcohol, en la droga, en el sexo. Pero Kafka no se engañaba. “Desde que sé pensar he tenido tan hondas preocupaciones relacionadas con la afirmación espiritual de la existencia que todos los demás me era inútil”. (p. 64). Al menos en sus escritos era sincero, no se escabullía de la gran carencia de su vida, como les ocurre hoy a tantas personas.

“Nos referimos a lo kafkiano como una forma particularmente angustiosa de estar en el mundo, que deja al hombre indefenso y expuesto ante una realidad que lo desborda” (P. 64). Una vida kafkiana, terrible, atormentada, que precisa de planes desorbitados para abandonar el vacío, es la de muchos, porque no tienen ningún planteamiento claramente espiritual, porque solo quieren contar con los placeres del cuerpo. Necesitan el ejemplo de los hombres espirituales, les vendría bien ver la paz en la mirada de un amigo, para preguntar. A veces no tienen ni eso. “En las novelas de Kafka, cuya belleza literaria estremece, se ve a sus personajes deambulando por lugares en los que la lógica de lo cotidiano es permanentemente burlada por la incoherencia y el absurdo (p. 67).

Ángel Cabrero Ugarte

Jaime Nubiola, Pensadores de frontera, Rialp 2020