La fe como respuesta

 

Evidentemente la verdad de Dios tiene un carácter “insondable, inconmensurable, inabarcable. De este modo arranca el profesor Luis Romera la última parte de su discurso sobre “la inspiración cristiana en el quehacer educativo”, por eso a la hora de hablar de respuestas del hombre a Dios, debe referirse a la confianza y abandono en sus manos.

No podemos olvidar “en la respuesta de fe se asume lo revelado porque Dios nos sale al encuentro con su amor salvífico. La actitud de la fe no consiste en un comportamiento arcano; por el contrario, posee una cierta analogía con actitudes a las que recurrimos de continuo en las relaciones interpersonales y en la vida cotidiana” (97). Y, también que “En el caso de la auto-revelación de Dios, la fe supone prestar oídos a la voz de Dios que nos llega a través de la Iglesia en la medida en que el encuentro con Cristo acontece en ella, como recordábamos. Fiarse de Dios implica abrirse a su palabra. Ante un Dios que se dirige al hombre, la postura congruente es la que san Pablo denomina con la expresión «obediencia de la fe» (Cfr. Rom 1,5). Con ella, se refiere a una actitud por la que el hombre se pone a la escucha de una palabra, reconoce su verdad y asiente en ella, en virtud no de sus capacidades lógicas, sino por la relevancia intelectual y el alcance existencial de dicha palabra y por la confianza que le merece quien la anuncia” (98).

Es interesante que nuestro autor se sirva del Concilio Vaticano II como hilo conductor, para abordar su exposición acerca de la “fe como respuesta”, pues en sus páginas se subrayan tres características de la fe del cristiano. “En primer lugar, indica que la fe consiste en la adhesión y confesión de lo revelado por Dios” (Cfr. Vaticano II, constitución dogmática, Dei Verbum n.5). es decir, volvemos a subrayar la “obediencia de la fe”

Enseguida, en segundo lugar, que el concilio “llama la atención acerca del carácter sobrenatural del acto de fe. El encuentro con Dios en Cristo no es un paso más entre otros, es el camino religioso de la humanidad. No consiste en un hito de la historia debido a la sensibilidad religiosa y a la penetración peculiar de un espíritu especialmente dotado. Se trata de una irrupción de Dios en la historia, que responde a una iniciativa suya y supera lo que está al alcance de las posibilidades meramente humanas (…). La existencia cristiana, y por ende la fe, surgen de la acción divina en el hombre”.

 Finalmente, la fe cristiana genera vida de fe y verdadero crecimiento en la capacidad de conocer y penetrar los misterios divinos, a la vez que concede luces, conversación de intimidad con Dios, frutos espirituales de los sacramentos y luces y mociones interiores por la escucha de la Palabra de Dios: “en una palabra, con el encuentro con Dios, un día tras otro”. Consecuentemente, nos dirá Romera que el Concilio acentúa en tercer lugar que: “por su naturaleza sobrenatural, el crecimiento de la fe exija la acción del Espíritu Santo, de un modo especial con la concesión de sus dones” (99).

José Carlos Martín de la Hoz

Luis Romera, La inspiración cristiana en el quehacer educativo. Indicaciones desde la filosofía, Rialp, Madrid 2020, 110 pp.