La llamada universal a la misión

 

La llamada universal a la santidad solemnemente proclamada por el Concilio Vaticano II, ha hecho revivir a lo largo de estos años a la Iglesia la vibración de los primeros cristianos y, sobre todo, reclamar de todos una llamada a la conversión constante mediante la imitación de la vida y de la entrega de aquellos que vivieron la imitatio Christi y se prepararon para imitarle no solo en su tenor y estilo de vida, sino también en el modo de morir, identificándose completamente con Él en la plenitud del martirio.

En ese sentido, son de un particular interés para los cristianos de hoy la lectura detenida  de los recientes trabajos del Profesor Riccardi sobre el martirologio católico del siglo XX en el mundo y, en concreto, de los martirologios que se han ido redactando en las diócesis españolas al hilo de las beatificaciones de mártires de la persecución religiosa de la guerra civil española. De hecho, el papa San Juan Pablo II, afirmaba que la Pastoral de la Iglesia del siglo XXI es la pastoral de la santidad (Novo Millenio inneunte, n.31)

Asimismo, deseamos recordar que la lectura sosegada del nuevo catecismo preparado por los obispos del mundo entero con la coordinación del entonces cardenal Ratzinger, y que debía reflejar las luces del Espíritu Santo sobre la Iglesia para el tercer milenio, aparece nítidamente, junto a la llamada universal a la santidad, la llamada universal a la misión apostólica. A todos alcanza, por tanto, el mandato imperativo de Cristo del día de la Ascensión, cuando los cristianos de todos los tiempos fuimos impelidos, como los primeros apóstoles, a ir y predicar a todas las gentes, hasta los confines de la tierra y comunicar el evangelio a todos los hombres y mujeres de cualquier clase y condición y, de ese modo, atraerles a la verdad completa de la revelación, es decir, a Cristo vivo.

Recordemos que, parte importante del mensaje del Concilio Vaticano II, ha sido el de favorecer el diálogo con el mundo contemporáneo sobre la base de la dignidad de la persona humana. Desde luego, si era posible un diálogo se debía, indudablemente, a que la cultura y el pensamiento contemporáneo se estaba volviendo global y habían podido establecerse unos derechos humanos en los que latía la convicción de la dignidad de la persona humana.

En efecto la Iglesia, como experta en humanidad y conocedora del mundo de hoy, también comulgaba sobre esa dignidad de la persona humana, pues siempre ha considerado al hombre como imagen y semejanza de Dios y por tanto ese principio está en la base de su antropología teológica.

Precisamente, una de las características de la misión de las Iglesia ha sido llevar el Evangelio de Jesucristo con toda su grandeza y profundidad. De hecho, no hay verdadera misión sin una verdadera contribución a elevar la dignidad de la persona humana mediante las obras de misericordia espirituales y materiales y por tanto recuperar la grandeza del ser humano y contribuir al verdadero desarrollo de los hombres y de los pueblos.

 

1. La misión ad gentes

Precisamente, en el comienzo documento fundamental del Concilio Vaticano II, dedicados a la misionología, el famoso Decreto Ad gentes, señalaba lo siguiente: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. pero este designio dimana del "amor fontal" o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin "todo en todas las cosas" (1 Cor, 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad” (n.2)

Así pues, toda vocación implica una misión, y la vocación de todo cristiano a la santidad, conlleva es el mandato imperativo de Cristo de llevar ese mensaje al mundo, de ahí que el Decreto Ad gentes señale: “Por consiguiente, las diferencias que hay que reconocer en esta actividad de la Iglesia no proceden de la naturaleza misma de la misión, sino de las circunstancias en que esta misión se ejerce” (n.6).

Precisamente, al ser la Prelatura del Opus Dei una estructura de evangelización dinámica, ágil y moderna, destinada a impulsar la llamada universal a la santidad y el ejercicio de la difusión del evangelio entre personas de toda clase y condición, estará siempre al servicio de las diócesis y de los cristianos del mundo entero.

La difusión capilar de la llamada a la santidad entre hombres y mujeres de toda clase y condición, a través del trabajo profesional, hasta implantarla en todos los continentes, en todas las clases sociales y en todas las culturas, es urgente y necesaria para poder expresar la perenne juventud de la Iglesia con la expresa y viva faceta misionera.

Por tanto, la misionología de la Prelatura del Opus Dei consistirá esencialmente, como parte de la tarea jurisdiccional de la Iglesia, en impulsar y agilizar las llamadas constantes que los obispos del mundo entero realizan a los cristianos del mundo entero para recabar oraciones, limosnas y personas entregadas al servicio de la misión ad gentes.

Inmediatamente, es capital para la misionología la formación cristiana de personas y de familias en el mundo entero, en las que brotarán con la gracia de Dios, las vocaciones fieles de entrega a Dios y a los demás, que rejuvenecen el rostro alegre de la Iglesia y donde surgirán las vocaciones estrictamente misioneras

A continuación, son también acciones de misionología, aquellas peticiones que realiza la santa Sede con encargos concretos para acudir a terrenos y diócesis de misión, como tuvo lugar cuando la santa Sede misiones encargó directamente una Prelatura nullius en Yauyos en Perú, actualmente diócesis de Cañete-Yauyos. Asimismo, también fue una llama misionológica estricta el ir a trabajar en Estonia o Lituania, Suecia, territorios donde hay muy pocos cristianos y por tanto poco clero y poca presencia de católicos.

Finalmente, vamos a apuntar pautas propias del espíritu del Opus Dei por sui pueden servir de ejemplo o estímulo para otras instituciones, especialmente laicales y seculares que puedan escucharnos ahora o leer esta comunicación con posterioridad.

 

2. Amistad y confidencia

Cuando buscamos en el espíritu del Opus Dei sus características esenciales desde el punto de vista misionológico, viene a nuestra mente los dos discursos del Santo Padre Juan Pablo II en las homilías de la beatificación y de la canonización del Fundador, pues las palabras del Vicario de Cristo cobraron entonces una especial fuerza de misión y de envío para llevar ese espíritu al último rincón de la tierra en misión pura de la Iglesia.

Precisamente, san Juan Pablo II en la canonización de san Josemaría le denominó el “santo de lo ordinario”, por lo que venía a recordar que la primera aportación del Opus Dei a la misionología será el apostolado de la amistad y la confidencia que es el modo ordinario con el que una madre evangeliza a su hijo, un amigo le habla de Dios a un amigo, o un compañero de trabajo le abre a otro un nuevo panorama espiritual; es decir en la confidencia de la amistad se habla de lo que lleva en el corazón.

En efecto, en la predicación de san Josemaría hay una insistencia habitual en la santidad en lo ordinario y consecuentemente una acción apostólica muy pegada a la vida ordinaria, cotidiana, a la amistad y a la confidencia. Una insistencia apremiante pues como afirma san Juan Pablo II en la Redemptoris missio: “La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 7.XII.90, n.1).

Se entiende, por tanto, la importancia del fundador desde el comienzo en la importancia de tener amigos, de dedicarles tiempo, de abrirles horizontes, de ilusionarles con su conversión, lo que lógicamente también repercutirá en rezar por las misiones mientras se trabaja apostólicamente en la propia tierra. Así lo expresaba san Josemaría en un punto de camino: “Quieres ser mártir. —Yo te pondré un martirio al alcance de la mano: ser apóstol y no llamarte apóstol, ser misionero —con misión— y no llamarte misionero, ser hombre de Dios y parecer hombre de mundo: ¡pasar oculto!” (n.848).

Evidentemente esa tarea requiere esfuerzo, constancia y tenacidad, por lo que debe ser  alentada constantemente. Por otra parte, recordemos que se trata de colaborar con el Espíritu Santo, que es quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: “«Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16)” (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 7.XII.90, n.1).

De ahí que el programa apostólico que proponía el Santo Padre san Juan Pablo II, el 6 de octubre de 2002, el día de la canonización del Fundador en la plaza de san Pedro, a los fieles de la Prelatura del Opus Dei fuera la enunciación y glosa de un punto de camino, el libro con el que san Josemaría había enseñado a orar y a vibrar apostólicamente a todos los presentes: “Primero oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en “tercer lugar”, acción “(Camino n.82).

 

3. Una catequesis del Trabajo

Finalmente, cuando san Josemaría le pedían que definiera el Opus Dei en el mundo y en la Iglesia, solía utilizar una frase muy gráfica y expresiva: el Opus Dei, decía, es una gran catequesis.

Evidentemente, cuando una persona del Opus Dei, por motivos labores, profesionales, familiares, sociales o sencillamente apostólicos, llega a establecerse en un nuevo país y comienza una actividad estable en esa ciudad o país, ya se puede decir que está actuando la Prelatura del Opus Dei, pues se busca atenderlo espiritualmente, proporcionándole, mediante los viajes necesarios, la atención espiritual, doctrinal u humana de aliento e ilusión.

Lógicamente, antes de poner un centro del Opus Dei de manera estable se solicita permiso al Ordinario del lugar para erigir en Centro donde vivan algunos numerarios y sacerdotes del Opus Dei y se pueda instalar un Oratorio privado. Otras veces son los obispos o el santo Padre quienes impulsan la llegada de fieles del Opus Dei a una diócesis, como ocurrió en Kazajstán o en Suecia.

Así pues, aquel fiel de la Obra, empezará una vida normal profesional y de relaciones profesionales y, enseguida, llegarán a través del calor de la amistad, los primeros amigos y con la gracia de Dios las primeras conversiones al cristianismo.

Con el paso de los años y el desarrollo de la labor apostólica comienzan a llegar vocaciones del país con capacidad de influencia en el ambiente profesional se puede poner en marchas tareas educativas, sociales, asistenciales que dan pie a santificar esos ambientes, elevar la dignidad de la persona humana e ilusionar con la llamada a la santidad de otras personas.

Ese es el origen de labores como los hospitales de Congo, de Filipinas, de Eunugo (Nigeria), de Chicago, de tantas barriadas u lugares humildes de las grandes ciudades como Tajamar en Vallecas, o Altair en Sevilla, o la Universidad de Strahmore College en Nairobi.

Esos centros se sostienen por la iniciativa profesional de personas del Opus Dei que se unen a colegas y amigos y las promueven para el bien de la Iglesia y de la sociedad y solicitan al Opus Dei que aporta una sólida dirección espiritual y asegura la orientación doctrinal de esas tareas formativas en escuelas de negocios, universidades, colegios.

Lo más importante que sucede en esos centros de formación, cualquiera que sea sus objetivos, sus métodos, su financiación o su estructura de gobierno es que ahí siempre lo primero son las personas y se imparte una atención a cada familia a cada alumno o a cada paciente.

Asimismo, se produce de manera natural el trato personal entre los profesores, los padres y los alumnos. El sistema de preceptuación o tutoría posibilita la confianza, el trato de amistad, donde de modo capilar y constante se facilita que Dios pueda remover esos corazones y llevarlos a la fe. Vamos a dar gracias a Dios por los dones del Espíritu Santo que constantemente derrama sobre los cristianos, por alumbrar nuevas ideas y, por supuesto por la fidelidad a Dios y a la Iglesia de tantos misioneros.

Prof. Dr. D. José Carlos Martín de la Hoz

Academia de Historia Eclesiástica. Madrid

Madrid 20 de septiembre de 2019