La soledad de los mayores

 

Desde hace tiempo surge la preocupación, en nuestra sociedad actual, de la soledad de personas mayores, con una edad que les impide moverse con normalidad, o una enfermedad que les limita, y que no tienen apenas familia. Como me encuentro con casos, soy consciente de que es una realidad compleja, difícil de arreglar. Sobre todo cuando nos encontramos con personas que apenas tienen facultades para salir adelante en las obligaciones normales de la vida, del cuidado de la casa, de salir a comprar, de viajar…

En estas situaciones se comprueba la diferencia entre familias numerosas y personas que no han tenido hijos. Si hay varios hijos, con frecuencia hay muchos nietos, y entre unos y otros se puede atender al abuelo o la abuela inhábil. Ahora, cada vez hay menos de estas familias y, por lo tanto, los problemas se van multiplicando con el tiempo.

Facilita no poco la existencia de una chica de servicio. Ya nos damos cuenta de que esto depende, en gran medida, de las posibilidades económicas de esa persona limitada. No es lo mismo, en todo caso, una persona que atiende la casa durante unas horas que una persona interna, disponible para echar una mano en cualquier hora del día. Pero eso supone, indudablemente, una carga económica que no está al alcance de todas las fortunas.

Cuando pienso en esas personas mayores a quienes no les queda más remedio que estar en casa todo el día, se me va la cabeza a la opción de la lectura. Una persona muy lectora tiene, al menos, una ocupación para sus muchas horas libres. Alguien pensará que los libros se acaban, que las bibliotecas familiares normalmente son limitadas. Pero no hay que olvidar que el servicio que se hace hoy en día en las bibliotecas públicas es eficacísimo. Basta con tener alguien que se pase por allí una vez al mes y libros hay de todo tipo para elegir.

Pero surgen, con frecuencia, dificultades para la lectura. A veces la más importante es que la persona limitada y reducida a su domicilio, nunca ha sido buena lectora, en cuyo caso ni se le ocurre esta opción. Entonces “el problema”, más que la solución, es la televisión. Horas y horas delante de la pantalla, con la cantidad de vulgaridades que por allí aparecen, es lo que aparentemente arregla todo, pero que realmente hace daño con frecuencia.

Hay bastantes de estas personas mayores o enfermas con limitación de movilidad que agradecerían enormemente una cierta atención sacramental. La posibilidad de recibir la Sagrada Eucaristía con cierta frecuencia sería un tesoro. O que de cuando en cuando pudiera allegarse al sacramento de la Penitencia. En esto dependen en gran medida de la proximidad de la parroquia, de la disponibilidad de los sacerdotes, porque no hay muchos, y tienen mucho trabajo de diverso tipo, y poco tiempo disponible. De todo hay y a veces sí tienen ocasión de atender muy bien a quien se lo pide.

Las situaciones, por lo tanto, son diversas. Y lo que se percibe, con cierta frecuencia, es la soledad. No es fácil atender a tantas personas solas. Da mucha pena. Se podría pensar en algún tipo de organización que ofreciera esa atención: personas que puedan estar un rato en casa de tal o cual ancianito. Alguien en las parroquias que se haga cargo de las necesidades de, al menos, los parroquianos más limitados. Existen organizaciones de este tipo, pero quizá hay que empeñarse un poco más, ofreciendo el propio tiempo en la atención de esas personas, que pueden ser de buena posición económica o más bien pobres, pero que, en definitiva, están solas.

Ángel Cabrero Ugarte

Comentarios

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Don Ángel Cabrero menciona a las personas mayores que no han tenido hijos, pero yo he comprobado la situación de los que tienen un hijo único -hijo único que se ha casado con una hija única- y la crisis que se desata con los años. Éstos ancianos son candidatos a una residencia con la que su hijo o hija intentan solucionar la situación. También hay que tener en cuenta el deseo y la urgencia para heredarles; no nos engañemos, eso es así.

Hay que valorar la labor inapreciable que realizan los y las sudamericanas que atienden a esas personas en su propio domicilio (tanto mi padre como mi madre se encontraban con uno de ellos en el momento de su fallecimiento); merecen todo nuestro agradecimiento y la adecuada compensación económica.

Por lo que se refiere a la lectura soy absolutamente escéptico; como decía un querido profesor "no tienen el vicio de la lectura". Aparte de que el deterioro cognoscitivo no se lo permite ni ya sienten curiosidad por la letra impresa.

Por último querría referirme, con el mismo tono personal con que lo he hecho hasta ahora, a la Eucaristía y al sacramento de la Penitencia. Mi padre se ocupaba de que un sacerdote se acercara a casa para llevar la Comunión a mi abuela. Un dómingo le anunció que iba a venir el sacerdote para traerle la Comunión y confesarla; al escuchar lo de la Confesión, mi abuela levantó las manos y exclamó sorprendida: "¡Pero hijo mío!"; la pobre ni siquiera imaginaba cómo podría pecar en su ancianidad. Recuerdo la confusión de mi padre ante aquella reacción.

Juan Ignacio Encabo Balbín