La verdad más intima

 

En el Prólogo a la primera edición de Camino, san Josemaría dejó escritas unas palabras que han resultado claves para poder entender ese libro de espiritualidad , mediante el cual han sido innumerables las almas que han aprendido a hacer oración y, desde ese diálogo con Dios, santificar las realidades temporales de cristianos de toda clase y condición desde 1939: “para que seas alma de criterio”.

Efectivamente, no basta con que tengamos criterios de actuación para nuestra vida, sino que verdaderamente seamos almas de criterio. De hecho, las cuestiones importantes, se dilucidan solamente en la intimidad de la conciencia, en lo que llaman los místicos de la escuela Renano-Flamenca de espiritualidad del siglo XIII, como el Maestro Eckhart, “el centro del alma”, es decir, donde se anudan y se resuelven las cosas.

Precisamente, una de las verdades más íntimas del hombre es la frecuente consideración de la filiación divina, pues como afirmaba san Josemaría “El que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las cosas” (Amigos de Dios, n.26).

Es decir, la filiación divina no es un clavo ardiendo al que agarrarse en momentos de dificultad, como el último modo de solucionar un problema o de encajar los golpes de la vida. La filiación divina, como la verdad más íntima, es verdaderamente una fuerza motriz de la existencia sobrenatural del cristiano.

Muchas veces en la predicación, el Fundador del Opus Dei se refería de una manera o de otra al punto de mira sobrenatural, desde el que las cosas cobran su natural sentido: “La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen” (Camino, n.279).

Precisamente, la filiación divina, sabernos hijos de Dios, e Hijos queridísimos de Dios, es lo que hace que todo cuadre y tenga sentido: el relieve, el peso, el volumen: la auténtica y completa realidad que es la que se ve desde los ojos de Dios.

 Por eso ante los desconciertos de la vida y las contrariedades, es necesario volver a repensar el problema desde el ángulo de que somos hijos de Dos y…obrar en consecuencia.

Precisamente, hablando con un experto en teología moral sobre el título del apartado del Nuevo Catecismo sobre la moral del cristiano, la Iglesia lo denomina así: “La vida en Cristo”. Es decir que el juicio sobre el obrar moral que es obrar en conciencia y, ojalá, en conciencia bien formada, se realiza en el interior de una vida fraguada en la oración sencilla y confiada de un hijo con su Padre.

Evidentemente, la filiación divina, hijos en el Hijo, como ha glosado Mons. Fernando Ocáriz, es como una filosofía de la vida: el trabajo de los hijos de Dios, la alegría de los hijos de Dios, la oración de los hijos de Dios y, así, todas las facetas del obrar humano, pues hasta a medula del vivir llega esta convicción profunda.

José Carlos Martín de la Hoz