Las raíces de nuestra fe

 

Los Padres de la Iglesia nos han dejado recogidos en sus escritos gran parte de la tradición oral y, dentro de esa riquísima tradición oral, se conserva también la tradición escrita del Nuevo Testamento. Ambas tradiciones, oral y escrita, fueron entregadas para su depósito, exposición, profundización y conservación, al Magisterio de la Iglesia hasta nuestros días.

Precisamente, el sacerdote, historiador y profesor Pablo Sierra López (Madrid 1972) ha recogido en un interesante trabajo de divulgación histórica y teológica, publicado en EDIBESA y que ahora presentamos, una gran parte de su extensa investigación defendida como tesis doctoral en el Instituto Teológico de Toledo.

El estudio se denomina “espiritualidad y santidad en la España visigoda”, pues algunos autores prolongan la edad patrística en España hasta los grandes santos y doctores, como san Isidoro, san Leandro y tantos santos e ilustres prelados de la época visigoda en la capital del reino.

En efecto, desde que tuvieron lugar las invasiones de los vándalos, suevos, alanos y visigodos de la Península ibérica comenzó la tarea de la evangelización de aquellos pueblos arrianos en una constante refriega, hasta que, finalmente, la conversión del rey Recaredo en el año 587 y la conversión de los arrianos al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589) supuso el nacimiento, de derecho, de la unidad religiosa en España que duraría hasta la entrada de los musulmanes en el 711.

En realidad, no fue posible realizar en tan poco tiempo la conversión y evangelización de los pueblos arrianos de muchos valles y ciudades y zonas rurales, pues Hispania era muy grande y no eran tantos los misioneros y, finalmente, los obispos arrianos que no se habían convertido hicieron su tarea de freno al pueblo. De hecho, esto explica, en gran parte, la rápida caída del reino visigodo en manos de las tropas invasoras de los musulmanes llegado del norte de África.

Así pues nuestro autor se detendrá especialmente en los grandes teólogos y pastores que trabajaron en Toledo que era la capital del reino desde la conversión de los arrianos hasta la conquista musulmana. Especialmente queremos detenernos en dos grandes personalidades: San Eugenio (598-653) y san Ildefonso (600) ambos santos y ambos obispos toledanos.

San Eugenio mostró desde joven tendencia a la vida religiosa y se formó en la escuela catedralicia de Toledo, estudió el “Trívium” y “Quadrivium”, posteriormente teología, liturgia, Escritura y cánones (69). Asimismo colaboró en tareas litúrgicas y docentes en la corte del rey Chindasvinto (642). Finalmente, fue nombrado arzobispo de Toledo en el año 646. San Ildefonso vivió desde muy joven en el monasterio Agaliense, desde donde empezó a arraigar su fama de santidad y de consejero de almas. Fue abad del monasterio de San Cosme y Damián en el año 647 y sucedió a san Eugenio en Toledo (658-667). Recibió de manos de María el 18 de diciembre del 665 una hermosa casulla.

José Carlos Martín de la Hoz

Pablo Sierra López, Las raíces de nuestra fe. Espiritualidad y santidad en la España visigoda, Edibesa, Madrid 2022, 242 pp.