Tratados de cuentas

 

El primer tratado de contabilidad en castellano se atribuye habitualmente al Licenciado Diego del Castillo, un discreto intelectual y escritor natural de Molina de Aragón, del que apenas tenemos más datos comprobados.

Es interesante que esta edición castellana de 1551 tiene su origen en una indicación regia, como nos dice el propio autor en el breve prólogo que redacta antes de descender a la materia.

Diego del Castillo desarrolla, al comienzo de su Prólogo, una interesante disquisición acerca de la importancia de la claridad en las leyes con el fin de que el pueblo cristiano pueda conocerlas y guardarlas bien (fol. 1v). De ahí la importancia de la instrucción que había recibido de la autoridad competente de traducir su primitiva obra del latín al castellano: “vuestra majestad que volviese del latín en nuestro romance castellano el tratado que en días pasados hice, para saber de qué manera tienen de dar cuenta los tutores y curadores, mayordomos y tesoreros y los otros que han tenido en administración bienes ajenos (fol.1v-2r).

Efectivamente, nuestro autor escribirá humildemente que se siente profundamente deudor de todas las autoridades a las que citará y en las que apoyará su doctrina a lo largo de su breve trabajo y a quienes atribuirá los aciertos que en ella se encuentren, pues, en realidad, Castillo no busca ser original, sino solo ser un buen presentador de la sana doctrina.

Precisamente, al elaborar y presentar sucintamente el índice de su obra, el Licenciado Diego del Castillo, describirá sucintamente las catorce partes en las que ha dividido su obra, mostrando la importancia de llevar bien la contabilidad, tanto de los bienes propios, como de los ajenos, pues fundamentalmente esta obra se dirigirá a todos los administradores, es decir a quienes se les pedirá cuenta de los bienes ajenos de acuerdo a justicia. En este sentido, buscará detallar todo y fundamentar todo mediante ladillos extensos con citas abundantes, acerca de cómo hay que llevar la contabilidad es una manera muy práctica y de cómo dar cuenta a quienes y dónde de los bienes ajenos (fol. 2r-2v).

Es interesante descubrir, desde el comienzo de este trabajo, aparentemente técnico y frío de contabilidad, que aletea en él un deseo constante de realizar todas las cuentas correctamente, no solo jurídicamente bien o de acuerdo con la justicia conmutativa sino también de lo que pueda añadirse legalmente de modo que pueda devolverse hasta el último maravedí recibido y los bienes entregados para su administración.

También, el autor muestra un deseo de enseñar a salvaguardar el corazón, de acuerdo con el espíritu del Evangelio, reflejado en muchos pasajes en los que Jesucristo animaba a sus discípulos a buscar los bienes que duran eternamente y a no dejarse atrapar por la codicia. Todos recordarán sus palabras: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19,24).

José Carlos Martin de la Hoz

Diego del Castillo, Tratado de cuentas, Salamanca 1551, 82 pp.