Un instante de vida

El arte cristiano, como cualquier otra manifestación artística del hombre, ha buscado a lo largo de la historia expresar los instantes de piedad, los sentimientos, en definitiva, las manifestaciones del amor de Dios y del conjunto de la vida cristiana y de la relación evangélicas del hombre con Dios y con los demás.

De hecho, la fuerza plástica de la instantaneidad de un momento de oración, la expresión de un sentimiento de identificación, de donación incondicionada, de caridad heroica, constituyen parte de la vida real, pues la oración cristiana es habitualmente encuentro e impacto.

Además, captar la belleza de Dios y del sabernos amados por Dios, es una de las manifestaciones habituales de la verdadera vida de oración, de esa sencilla, pero esencial, realidad del cruce de lo temporal con lo eterno que se produce en la vida cristiana.

Precisamente el magisterio de la iglesia reciente en sus documentos del Concilio Vaticano II y, posteriormente, a través de la carta a los artistas de san Juan Pablo II, ha animado a los artistas cristianos a servir a Dios y a la comunidad cristiana trabajando con todo el amor y el arte posibles.

Estas cosas me venía a la cabeza el 15 de febrero pasado, mientras rezaba en el Oratorio del colegio Retamar pues, aprovechando que no era día lectivo, nos reunimos en ese lugar un numeroso grupo de sacerdotes para celebrar el 75 aniversario de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. 

El retablo de ese nuevo, moderno y espléndido Oratorio fue bendecido el 8 de septiembre de 2014 y está proyectado por el estudio Artytech2 de Madrid y elaborado por Talleres de Arte Granda.

La contemplación del retablo me parecía algo lleno de vida,  pues mostraba algo tan habitual en la vida actual, como cuando abres el ordenador personal y tienes delante un sagrario con Jesucristo vivo en la eucaristía y, a la vez, varias pantallas abiertas; con escenas de la vida del Señor, tan significativas como la pesca milagrosa que allega todo género de peces, de toda clase y condición, y el taller de José con la santidad en el trabajo diario, y además, con la facilidad de pasar de una ventana a otra y un fondo base. Es cierto que como decía san Pablo a los romanos que el pecado entró en el mundo por un hombre y con el pecado la muerte, pero también entró por Cristo la salvación (Cfr. Rom. 5,8). Finalmente, a un lado, en bronce, aparece un grupo escultórico que recoge la figura de san Josemaría con una familia al completo con niños en edad escolar.

Era muy fácil dar gracias a Dios por el don del sacerdocio y por la fecundidad de la vida sacerdotal unida a la vida de Jesucristo, pues como afirmaba aquella persona: "ese sacerdote, cuyo nombre no recuerdo, que me hizo tanto bien". Seguramente, porque nos enseñó a rezar en la calle, con las cosas que suceden. Con la convicción de que Dios que nos ha llamado a la vida cristiana, confía en nosotros y nos sostiene en el camino.

José Carlos Martín de la Hoz