El santo Padre Francisco acaba de publicar un espléndido documento llamado Gaudete et exultate, sobre la llamada de Dios a la santidad de todos y de cada uno de los cristianos y es muy significativo el título de la misma: el gozo y la exultación.

Precisamente, en su reciente carta sobre el sentido cristiano de la libertad, el actual prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, hacía una referencia explícita a la donación del amor de Dios hacia sus criaturas y, a la vez, a su respeto exquisito hacia nuestra libertad.  El texto, arranca con una sugerente cita de Jeremías y dice así: “«Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Fuiste más fuerte que yo, y me venciste» (Jr 20,7). ¡Qué amplitud de sentimientos se recoge en esta oración del profeta Jeremías! Percibir la propia vocación como un don de Dios ―y no como un simple entramado de obligaciones―, incluso cuando suframos, es también una manifestación de libertad de espíritu. Qué liberador es saber que Dios nos quiere como somos, y nos llama en primer lugar a dejarnos querer por Él” (n.7).

Precisamente, al comenzar a leer esta Exhortación del Papa en el marco de estas palabras del profeta Jeremías, me han venido la memoria uno de los momentos más conmovedores de mi vida, cuando en 1995 acudí con otros sacerdotes a un pequeño pueblo de la huerta valenciana.

En aquella iglesia parroquial estaba reunido todo el pueblo, pues era una fiesta grande: se celebraban los 25 años de la ordenación del párroco de aquella parroquia. Las bodas de plata sacerdotales, como las de matrimonio anuncian fidelidad y haber superado, en parte, la mayor prueba a la que se somete el amor que es la prueba del paso del tiempo.

Efectivamente, los sacerdotes que concelebraban con él, habían salido del pueblo, los monaguillos dirigidos por varios seminaristas de diversos cursos del seminario metropolitano de Valencia, también lo eran. Entre el pueblo había muchas familias cristianas, muchas parejas se habían casado allí, pero también hombres y mujeres entregados a Dios en celibato apostólico que habían descubierto y abrazo su vocación religiosa, al Opus Dei y a otras instituciones de la Iglesia católica.

Estaba pensando y contemplando la maravillosa fecundidad del trabajo apostólico que Dios había enviado por la fidelidad de aquel sacerdote, cuando el coro comenzó a cantar las palabras de Jeremías que acabamos de citar: “«Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Fuiste más fuerte que yo, y me venciste»” (Jr 20,7).

Efectivamente, vale la pena descubrir las palabras del Prelado del Opus Dei: “Percibir la propia vocación como un don de Dios ―y no como un simple entramado de obligaciones―, incluso cuando suframos, es también una manifestación de libertad de espíritu”. La libertad interior, decía hace unos días en Roma el Prelado del Opus Dei, es hacer las cosas por amor, es decir, con alegría, aunque nos duelan las muelas, pues es siempre de una gran eficacia todo lo que se hace para Dios y para su gloria, por amor.

José Carlos Martín de la Hoz

Fernando Ocáriz, Carta pastoral, Roma 9 de enero de 2018.

Papa Francisco, Exhortación Gaudete et exultate, Roma 9 de abril de 2018