Al asalto del Cielo

Catalina Benincasa (1347-1380) nació en Siena (Italia), hija menor de un tintorero. Desde la infancia tuvo revelaciones de Nuestro Señor Jesucristo, comprometiéndose a ser su esposa.

A los diez y seis profesó como terciaria de la orden de Santo Domingo. Las terciarias llevaban el hábito de la Orden, pero vivían en medio del mundo con un espíritu de obediencia, oración y penitencia.

Recibió del Señor el encargo de pacificar las ciudades italianas, conducirlas a la obediencia del Pontífice y animar a los papas a volver desde Avignón a Roma.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1998 Palabra
366
978-84-7118-587-3

Colección Arcaduz

2014 Palabra
368
978-84-9061-076-3

Subtítulo: Historia de santa Catalina de Siena. Doctora de la Iglesia.

Valoración CDL
3
Valoración Socios
3
Average: 3 (3 votes)
Interpretación
  • No Recomendable
  • 1
  • En blanco
  • 2
  • Recomendable
  • 3
  • Muy Recomendable
  • 4

3 valoraciones

3
3

Comentarios

Imagen de enc

Siempre he desconfiado de las biografías noveladas, ya que nunca se sabe dónde está la verdad histórica y hasta dónde llega la imaginación del autor. En el caso de Catalina Benincasa -santa Catalina de Siena-, el que fue su director espiritual, fray Raimundo de Capua, O.P., escribió una biografía de la santa, por lo que existen abundantes datos históricos en una época cercana a los hechos.

Dice san Pablo que "Dios se sirve de lo débil para confundir a los fuertes" (1Cor.1,27), así lo hizo con Catalina que, a los diez y seis años, profesó como terciaria dominica. Catalina se retiró a su celda, que no era otra que su habitación en el domicilio familiar, dedicándose a la oración y la penitencia. Transcurridos cinco años, Dios la hizo ver que tenía que salir para entregarse a los demás, por lo que se dedicó a atender a los enfermos de los hospitales de Siena. La acompañaban otras terciarias y algunos jóvenes que siguieron su ejemplo.

Para cumplir los objetivos que el Señor la había marcado, Catalina ponía a sus interlocutores frente a sus obligaciones para con Dios y Él permitía que se convirtiesen. Élla, por su parte, asumía en su cuerpo la penitencia que hubiera correspondido a los pecadores. La joven, a quien nadie había enseñado a leer, ahora se dirigía por carta a los gobernantes, urgiéndoles a conservar la paz y someterse al Romano Pontífice. Hoy, aquella joven a quien nadie enseñó, ha sido proclamada Doctora de la Iglesia.

Resulta ilustrativa la devoción que la santa sentía por el Papa -il dolce Cristo in terra, decía-, a pesar de que la vida de los pontífices de Avignón era más bien cómoda y poco ejemplar. Destacaban en ella su valentía, que no se arredraba ante nada, y su unión espiritual con Dios Nuestro Señor. A lo largo de su vida tuvo fama de santa entre el el pueblo, y de bruja o endemoniada entre los gobernantes y prelados, que, sin embargo, terminaron por rendirse ante sus virtudes sobrenaturales. Falleció en Roma, agotada, a la edad de treinta y tres años.

La biografía se lee muy bien y su carácter novelado lo facilita.