Conversión. Un viaje espiritual

Relato-testimonio que recoge el itinerario de la conversión del autor. Parte de algunos acontecimientos que le conmovieron en su infancia y adolescencia, llegando hasta la felicidad que encontró en su matrimonio. Entrelaza sus recuerdos con fragmentos de autores como San Francisco de Sales, T. de Kempis, A. Solchenitzyn y J.H. Newman. También relata la influencia que tuvieron algunos personajes contemporáneos: el padre Bidone y la Madre Teresa de Calcuta. La categoría intelectual del autor da al libro profundidad y solidez.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1991 Rialp
132
978-84-321-2718

Descatalogado.

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“Conversión. Un viaje espiritual” es una meditación del autor sobre su vida y la llamada de Dios. Reflexiones sobre sus distintas etapas, poemas y citas de otros autores componen una oración, quizá influida por San Agustín, al que recuerda en varios momentos. Muggeridge ingresó en la Iglesia católica a los ochenta años, pero desde su juventud había sentido la llamada de Dios. Vivió en Cambridge la devota liturgia anglicana de la Iglesia Alta, leyó la Biblia y toda su vida tuvo facilidad para la oración. La primera conclusión a la que llega el lector es que es supone una gran ventaja haber conocido algo de Cristo, por lo menos una vez en la vida, para poder volver a él. La prueba está en que el autor nunca olvidó esos momentos de intensidad espiritual. Al terminar los estudios universitarios aceptó un puesto de profesor en la India donde fue testigo de la descolonización y de la ola de violencia que asoló el subcontinente cuando lo dejaron los británicos. Muggeridge es muy crítico con la política concebida como instrumento para alcanzar el poder. Su padre había sido Diputado laborista y él mismo militó en el socialismo, pero llegó al convencimiento de que la política del bienestar que ofrecían los socialistas no era más que un remedo aburrido de la eternidad. Hablando de la Madre Teresa de Calcuta, a la que entrevistó y sobre la que llegó a escribir un libro, afirma que no es cierto que los hombres hayan inventado la religión para olvidar el presente, sino que los que más han luchado por mejorar el presente han creído en la eternidad. Durante su estancia como periodista en la URSS el autor observa como lo único auténtico que queda en el país es la devoción de la Iglesia ortodoxa rusa. Muggeridge sigue progresando en su carrera periodística pero siente un vacío interior que en ocasiones le lleva a pensar en el suicidio como solución para su vida. Relata como trató de llenar ese vacío viajando por todo el mundo y mantuvo gran número de aventuras amorosas; a pesar de ello tuvo el buen sentido de no abandonar a su esposa Kitty con la que estuvo casado sesenta años y que se incorporó con él a la Iglesia católica. Desde que conoció a la Madre Teresa, y a pesar de la impresión que ésta le causó, todavía tardaría diez años en ser recibido en la Iglesia católica. El día de su bautismo llenaba la iglesia un buen número de niños con síndrome de Down. El autor apunta que el defecto genético de estos niños no es más que una exteriorización de la fealdad interna que producen en los demás nuestros pecados. “Sólo en un pecado no he caído –afirma el autor- en despreciar la vida humana”. Tanto el autor como su esposa Kitty fueron activos militantes Pro-vida.