El niño de los coroneles

Alinear El Niño de los coroneles, último premio Nadal, en la modalidad de la novela de aventuras, como hace la nota editorial, es bastante exacto, aunque tal vez algo impreciso. Porque la obra de Fernando Marías,(Bilbao 1958) no se halla en la estela de La isla del tesoro, de Huckleberry Finn o de las novelas de Conrad, sino en el terreno más cercano de los relatos acerca de antiguos criminales nazis que lograron borrar sus huellas y alcanzar una situación confortable. Piénsese en obras como Odessa, de Frederik Forsyth o Los Niños del Brasil, de Ira Levin.; a modelos novelísticos así se adhiere la obra de Fernando Marías, cuyos ingredientes temáticos responden a estas modalidades normativas que el cine ha contribuido a difundir: hay viajes, escenarios diversos, enigmas, crímenes misteriosos, persecuciones, una cadena de casualidades, sorprendentes anagnórisis, manuscritos confidenciales... En este mundo engañoso y turbio casi ningún personaje resulta ser lo que parece. En mayor o menor medida, todos arrastran el lastre de un pasado oscuro, de un crimen, de acciones inconfesables. De ello no se libra siquiera Luis Ferrer, el periodista que sirve de enlace a las variadas peripecias de la historia, ni tampoco Laventer, el admirable benefactor que renunció al premio novel de la Paz y cuyo manuscrito recoge los hilos de la densa trama.
Por otra parte, la inclusión de supuestos documentos y cartas, así como la aparición con sus nombres de personajes que existieron en la realidad -aquí, Himmler o el tenebroso Reinhard Heydrich-, tiende a conferir al relato, como es habitual en este tipo de novelas, cierto aire de crónica, de narración de hechos sucedidos, de buceo en los entresijos ocultos de la Historia, fórmula de probado éxito entre muchos lectores. Todo esto permite augurar al nuevo premio Nadal buena acogida por parte de un público no demasiado exigente, que busque en la obra un entretenimiento digno -lo que es perfectamente legítimo- y no literatura original o perdurable. En El Niño de los coroneles, la hondura deseable queda sustituida por la truculencia. Si los personajes dejan alguna huella en la memoria se debe a los efectos de grand guignol que sobre ellos se acumulan: Víctor Lars porque es un monstruo, un especialista en el asesinato y la tortura -hay descripciones espeluznantes-, de tal modo que el doctor Moriarty de Conan Doyle o los villanos de Ian Fleming parecen a su lado meros aprendices; Laventier, porque su imagen pública se forja mediante el engaño; Ferrer, porque la terrible historia de su hija le pesa en la conciencia. Y algo parecido cabría decir de otros personajes -Soas, el capitán Huertas, María...-, diseñados con trazos desmedidos o tópicos que hunden sus raíces en el viejo folletín, acomodándose a sus variedades más modernas. ¿Cuántas veces ha explotado el cine, en películas como las de Indiana Jones y otras afines, asuntos como la montaña de los diamantes o la voladura final? ¿Cuantos periodistas destruidos y alcoholizados, como Casildo Bueyes, han aparecido en la pantalla?
La novela de Marías está construida con habilidad. Los diferentes discursos se complementan y encajan en un mecanismo que apenas chirría, y sólo en detalles menores. (...) Pero acaso esto no importe en absoluto a quienes busquen en la novela una película de aventuras.
Ricardo Senabre. "El cultural" de El Mundo

Destino
2001

Ediciones

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2001 Destino
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Imagen de Javier C

La complicada historia y estructura de esta novela, Premio Nadal 2001, se reduce a lo siguiente: uno de los protagonistas es un psicópata experto en tortura y represión que va narrando con todo detalle sus experimentos en París durante la ocupación nazi y su posterior desempeño a favor de una dictadura centroamericana. El título de la novela es el nombre de su proyecto más ambicioso y monstruoso: seres educados desde la infancia para disfrutar produciendo dolor. Se suceden continuas descripciones de rituales plenos de sadismo y perversión sexual. También aparece un sentimental alegato a favor de la eutanasia.
La novela se hace larga y repetitiva y es altamente morbosa y desagradable. El estilo es modesto, aunque la estructura que trama los hechos, a pesar de caer en lo laberíntico en algunos momentos, tiene cierta ambición. La reprobación del autor sobre las conductas que describe no ofrece dudas, pero eso no mitiga el mal gusto del que hace gala en la elección de la historia que cuenta y, sobre todo, en cómo la cuenta. Afortunadamente, lo inverosímil –por retorcidas– de algunas escenas permite lector tomar cierta distancia y seguir adelante con la novela.