Siempre ha habido figuras de la talla de Sócrates que en las decisiones clave, aquellas en las que se pone a prueba de forma radical el valor de un líder, han planteado una disyuntiva entre el ser y el actuar. Sócrates obra con coherencia y alcanza así esa grandeza de ánimo que se alza por encima de cualquier género de claudicación: la magnanimidad.
Por eso, siempre han sido necesarias, y siempre lo serán, figuras inconformistas y provocadoras que hagan que reflexionemos sobre los verdaderos fundamentos de la grandeza humana, particularmente en tiempos de crisis y decadencia. Como los grandes educadores griegos que, como Sócrates, aun a costa de su vida, fueron capaces de enseñar algo esencial: la sola legislación no sirve para nada si el espíritu del ethos del político no es bueno de por sí, pues es el ethos individual el que verdaderamente forja el carácter de un ciudadano.
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Alfred Sonnenfeld nos ofrece
Alfred Sonnenfeld nos ofrece un camino hacia el liderazgo en el que haremos diez grandes descubrimientos que titulan los diferentes capítulos. La idea central que nos trasmite el autor es la de que para ser un buen líder hay que ser, primero, dueños de nosotros mismos y de nuestra vida, siendo coherentes y alcanzando así la grandeza de ánimo que Aristóteles denomina magnanimidad.
En el primer capítulo nos centra en dos palabras clave: liderazgo y ética. Con ellas explica cómo cada uno debe tomar las riendas de su propia vida, decidirse al dirigirse hacia aquel camino que le llevará a alcanzar una vida lograda. Supeditando la técnica a la moral, ya que la primera considera los fines parciales, mientras que la segunda juzga las acciones en función de un todo (la vida). Al lograr esto adquirimos la capacidad de jerarquizar los valores (que adquiriremos con la práctica), de descubrirlos y, como buenos líderes, de hacérselos descubrir a los demás.
En el segundo capítulo nos diferencia entre poder (influye a través de una coacción externa) y autoridad (se gana venciendo el egoísmo por voluntad propia, de servicio y sacrificio). Esta última es capaz de motivar el sentido de responsabilidad en los otros y esta es una forma de que desarrollen todo su potencial. La confianza es básica en este desarrollo porque nace de la libertad del hombre que sale al encuentro de la realidad del otro. Un buen líder es coherente y honesto en su forma de ser y actuar.
En el tercer capítulo es una introspección en el conocimiento propio acompañados de sinceridad y fortaleza, y así podremos descubrir lo mejor de los otros, confiando siempre en su perfectibilidad.
En el cuarto capítulo nos explica que nuestras acciones nos configuran como personas, en la medida que se realizan acciones éticamente buenas o malas el hombre se dignifica o se corrompe. El valor ético de una acción depende de la acción misma y no es apto juzgarla en función de sus consecuencias, ni sus resultados. La hipocresía es la primera traba a la hora de adquirir el liderazgo, aunque pueda ser un camino hacia el poder.
En el quinto capítulo profundiza sobre las virtudes (hábito electivo de obras buenas). Para que esto se dé no vale solo que el medio sea bueno, ha de serlo también el fin en sí mismo. Apoyándose en estos hábitos, el comportamiento ético impregna nuestra vida en su totalidad (personal y profesional), con la coherencia de las personas que con el corazón y la inteligencia buscan la verdad; coherencia que nos hace líderes y provoca un sentimiento de autoridad sobre los demás.
En el sexto capítulo se nos presenta la idea de que el hombre no está predeterminado, que es mucho más que sus genes porque tiene libertad. El mal uso de la libertad se llama libertinaje porque no contribuye al bien personal ni al bien común. Podemos cambiar, si existe en nosotros el deseo sincero y la motivación suficiente.
En el séptimo capítulo nos habla del gusto estético y de la necesidad de formarlo. Con esta cualidad desarrollada el hombre es capaz de valorar lo bonito y lo bueno en una obra de arte. Esto mismo ocurre con la ética. La posesión de la belleza, el ser bellos, significa subordinar lo físico, los bienes y honores a un alto ideal. El dar prioridad a estos, a los éxitos egoístas y grandilocuentes y el no querer atender a la reforma del carácter, suele desencadenar en neurosis. Al contrario, pensar en los demás, en el bien común, influir en las motivaciones de los otros hacia el bien son cualidades de un buen líder. Las pasiones, añade, tienen un papel positivo en el actuar humano y si deben integrar en él como principios de acción.
El capítulo octavo nos habla de la prudencia como cualidad de la persona buena por excelencia, del virtuoso; no como la habilidad o astucia para lograr algo. El prudente sabe darse cuenta de su error, rectificar y emprender de nuevo el camino. Tiende a los objetivos más relevantes de la vida, a los que nos llevan a una vida lograda. Es la sabiduría en las cosas humanas y elprudente siempre es correcto también el ''para qué''.
El noveno capítulo se centra en el papel del líder como alguien que sirve, con espíritu de servicio. El servicio engrandece al hombre que lo practica y, si es el caso, mandado entiende que esa persona no se mueve por intereses personales.
El décimo capítulo nos habla de la necesidad de aprender a amar, motor eficaz de nuestro obrar (amar y sentirse amado). Exige veracidad porque sino puede convertirse en una herramienta de manipulación. Se manifiesta en entrega incondicional y así el éxito de los demás contribuye directamente al éxito propio y al de la organización. Todos conocemos personas que han gozado de un papel de liderazgo como consecuencia de que han aprendido a servir y amar a las personas.
El undécimo capítulo y décimo descubrimiento trata de la felicidad que nace de una ilusión vital, que hay que despertar en los jóvenes, dirigirlos hacia altos ideales. La felicidad y el bien están inseparablemente unidos ya que la felicidad hunde sus raíces en el deseo efectivo de procurar el bien ético. En la medida que el hombre se esfuerza y en conocer el bien, más libre se va haciendo. El compromiso con un ideal noble llena la vida de felicidad.
En definitiva, se trata de tener un corazón enamorado, que se sabe ilusionar y entusiasmar con los retos grandes o pequeños de cada día, las pequeñas o grandes esperanzas.
Una idea capital de esta obra es que el triunfo es indivisible. No basta con triunfar en Wall Street, en Londres o en la bolsa de Madrid, como sueñan algunos jóvenes, porque lo importante es triunfar como personas: no tener más sino ser más. Lo que pasa es que algunos lo descubren sólo al jubilarse.
Alfred Sonnenfeld nos guía a los largo de diez capítulos para descubrir, primero, en quién depositamos nuestra confianza, seguido de aquel "conócete a ti mismo", del liderazgo como servicio, o de saber amar superando la tentación del egoísmo. Y el lector puede descubrir que los auténticos líderes no son los economistas que triunfan, los políticos que viven de la imagen, o los deportistas infantilizados. Porque los verdaderos líderes trabajan silenciosamente cada día mientras sostienen la trama de esta sociedad libre y democrática.