Matar a un periodista

Terry Gould, periodista canadiense, se pregunta por qué hay colegas dispuestos a seguir informando bajo amenazas de muerte e, incluso, con la convicción de que van a ser asesinados. Para ello investiga seis casos: Guillermo Bravo Vega, asesinado en el Departamento colombiano de Huila; Marlene García-Esperat, asesinada en Filipinas; Manik Chandra Saha, muerto en Bangladesh; Anna Potitovskaya, en Moscú; Valery Ivanov y Alexei Sidorov, en Togliatti (Rusia); y Kalid W. Hassan, asesinado en Bagdad. El autor reconstruye el itinerario personal y profesional de todos ellos y trata de extraer una conclusión general.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2010 Los libros del lince, S.L.
334
9788493756284

Subtítulo: El peligroso oficio de informar. 

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El libro de Terry Gould es un testimonio sobre cómo hombres y mujeres son capaces de encaminarse hacia un fin –que no es otro que su propia muerte- donde el noventa y nueve por ciento de sus colegas se detendrían y escaparían. Que haya periodistas capaces de dar su vida en el ejercicio de la profesión es reconfortante, ya que el producto periodístico habitualmente se considera superficial y poco comprometido. Después de leer este libro tendremos que reconocer que no todos los informadores son iguales. Anna Politovskaya denunciaba la barbarie del ejército ruso en Chechenia. Khalil Hassan informaba sobre la violencia desatada en Irak después de la invasión americana; lo hacía para el New York Times lo cual suponía para él una condena de muerte. Cuando fue amenazado para que dejase de trabajar para los americanos contestó desde la inconsciencia de sus veinte años: "No me harán cambiar". Ivanov y Sidorov informaban sobre las mafias activas en Togliatti, la ciudad rusa del automóvil. Bravo Vega, en Neiva (Colombia), se movía en un ambiente tan violento que cualquiera de las partes enfrentadas por el terrorismo y la corrupción podía matarle. Para él la muerte fue una liberación y Bravo le abrió las puertas para poner fin a su lucha. Marlene García-Esperat denunciaba la corrupción económica y administrativa existente en la isla filipina de Mindanao. Marlene no quería morir, pero dio un par de días libres a su guardaespaldas a fin de que pasase Jueves y Viernes Santo con su familia y los asesinos aprovecharon esa circunstancia. No es difícil para el que practica la religión hindú tener problemas en Bangla Desh, un país islámico. Más aún si Manik Chandra Sasha se declaraba próximo al Partido Comunista, denunciaba a las mafias islámicas, le preocupaba la educación de los niños y el deterioro medioambiental. Estos hombres y mujeres habían visto morir a compañeros suyos y estaban convencidos de que antes o después ellos mismos serían asesinados. Sus enemigos eran poderosos y disfrutaban de impunidad. Algunos tuvieron que fundar sus propios periódicos para poder escribir y otros, como Bravo Vega o Ivanov, se presentaron a las elecciones para conocer de primera mano lo que se cocía en los hornos municipales. Desde mi punto de vista los periodistas no son distintos a ningún otro grupo humano: policías, bomberos, sanitarios, religiosos o maestros. Frente al peligro la mayoría huye y sólo unos pocos se quedan para cumplir un compromiso al que dan más importancia que a su propia vida. No se puede criticar a los que huyen, porque conservar la vida es una obligación, pero hay que admirar y agradecer a los que están dispuestos a dar la vida por el bien común de la sociedad. En este libro nos enteramos que existen en el mundo varios organismos dedicados a defender a los periodistas en situación de riesgo y también cuáles son los países más peligrosos para el ejercicio profesional de la información.