En la reciente memoria colectiva, Javier Pradera ha quedado atrapado en su papel de analista político de El País: metódico, frío, a menudo sarcástico, siempre documentado. Ese fue el Pradera de la mayoría de la población en los últimos veinte o treinta años, porque el mundo de la edición había dejado de ser el suyo desde 1989. Después siguió siendo editor pero lo fue de otro modo: como consejero, asesor, auspiciador, instigador o promotor de libros en editoriales íntimas, donde sus ideas o hallazgos no fuesen tenidos por ocurrencias o achaques de viejo editor nostálgico.