La Navidad nos enseña que Dios no es solamente grandioso, sino que hay en Él algo que no sabríamos cómo definir y que nosotros llamamos humildad: aceptar el último sitio, el pesebre de los animales, donde no se metería ningún humano. La humildad absoluta de Jesús en el belén revela aspectos de Dios: su capacidad de estar en lo pequeño, en el pobre; su capacidad de darse a sí mismo por nosotros.