La fina ironía de Eagleton

 

Es muy interesante, divertido y aleccionador dedicar un cierto tiempo a leer y releer al crítico literario y pensador inglés Terry Eagleton, tanto para pulir y mejorar nuestra manera de expresarnos, como para hacerlo cada vez con cierta gracia y, de ese modo, conectar con las personas con las que deseamos comunicar.

La obra que ahora deseamos comentar, aunque sea brevemente, ni es la mejor, ni la más profunda, ni la más sistemática, de Terry Eagleton, pero si es la que mejor expresa su estilo desenfadado y divertido de leer literatura, puesto que en ella se muestra como un fino analista de la literatura de los demás.

Vamos a detenernos en lagunas características del género literario novela, donde Terry Eagleton, al no ser autor famoso por ninguna, puede criticar y comentar sobre el trabajo de los demás con mayor libertad. Quizás la siguiente cita puede representar magníficamente lo que estamos queriendo afirmar: “Las que llamamos obras literarias difieren en este sentido de las señales de tráfico y los billetes de autobús. Son especialmente transportables, nos las podemos llevar de un lado a otro, una característica que sí comparten con los billetes de autobús. Sin embargo, su significado no depende tanto de las circunstancias en las que surgieron, sino que su objetivo queda inherentemente abierto, motivo por el que pueden ser interpretadas de muchas maneras. También es el motivo por el que prestamos más atención a cómo utilizan el lenguaje que en el caso de los billetes de autobús. No consideramos el lenguaje utilizado desde el punto de vista práctico, sino que asumimos que tiene valor por sí mismo” (136).

Enseguida, añadirá como cambiando de tercio o de género literario, en este caso: “Si las obras literarias fueran meros reportajes históricos, podríamos decidir qué significan mediante la reconstrucción de las situaciones históricas que las han motivado. Pero claramente no es el caso. (…). La novela aprovecha ese contexto para imaginar un mundo de fantasía, pero la importancia de ese mundo no se limita a ese contexto. Eso no sugiere necesariamente que el libro esté desconectado de la situación histórica en la que ocurre la acción de manera que su atractivo sea natural” (138).

También aportará otra afirmación llena de particular interés: “Hay textos que denominamos literarios que no están escritos principalmente para contarnos hechos. En lugar de eso, al lector se le invita a imaginar esos hechos, en el sentido de construir un mundo imaginario a partir de ellos. Por consiguiente, una obra puede ser cierta e imaginada, fáctica y ficticia, al mismo tiempo” (139).

Finalmente, añadirá para rematar la cuestión: “lo que convierte esas obras en ficticias es que esa información no se ofrece por su propio valor, como en un tratado médico o de cualquier otro tipo. Se utiliza para contribuir a ofrecer un punto de vista determinado. Las obras de ficción, por consiguiente, pueden modificar la información real para cumplir ese propósito. Por decirlo de alguna manera, se parecen más a los discursos de los políticos que a una previsión meteorológica. Cuando falsifican fragmentos de realidad, asumimos que lo hacen por motivos artísticos” (140).

José Carlos Martín de la Hoz

Terry Eagleton, Cómo leer literatura, ediciones Austral, Madrid 2019, 242 pp.