Hace muchos años leí el que fue uno de los más célebres libros de Jesús Urteaga, “Siempre alegres”. Era un recordatorio, entonces elemental y fácil de entender, de que lo lógico para un cristiano es estar alegre. ¿Es lo mismo estar alegre que ser feliz? Pues sin duda podríamos encontrarnos con infinidad de matices y podríamos darle muchas vueltas.

Pienso que ahora, en muchos ambientes, en ciertos momentos podemos encontrar a personas alegres. En las salidas nocturnas de los sábados encontramos a jóvenes alegres. En una fiesta familiar por un cumpleaños, cuando se juntan varias generaciones, abuelos, padres, hijos e incluso tíos y primos, encontramos a personas alegres. Al menos durante un rato.

Los reencuentros son casi siempre amables y atrayentes. Luego van calando los recuerdos. Y al final salva la situación el alcohol. Porque no siempre es fácil convivir con mucha gente, por muy familia que sean, o por muy amigos que sean. Y pienso que ahí podríamos detectar alegrías, que son pasajeras. Auténticas, pero momentáneas.

Lo de los jóvenes en la nocturnidad es, casi siempre, el alcohol y la atracción sexual. Pero ni siquiera se podría llamar alegría. Es jolgorio, es diversión, son sensaciones.

De la alegría a la felicidad hay un abismo, curiosamente. Indudablemente, quien es feliz está habitualmente alegre, le cuesta poco, y se lo pasa bien, casi siempre. Uno puede ser feliz y tener un problema gordo o una preocupación seria, pero la felicidad es algo interior, que no se pierde por las dificultades que puedan surgir.

Ahora empezamos la Pascua. Tiempo pascual en el que la liturgia nos ayuda a recordar las maravillas de la vida cerca de Dios. A quien está cercano a la vida sacramental, especialmente la misa, esto le resulta bastante evidente. Todo ayuda a considerar la riqueza de la vida cercana a los sacramentos. La frecuencia de la Eucaristía, la importancia del sacramento de la Penitencia, son aspectos bien conocidos y normales entre personas que viven su fe. En ese ambiente es más lógico encontrar auténtica felicidad.

Hay ambientes y ambientes. En Madrid hay parroquias con una vida muy intensa, con afluencia muy importante de familias numerosas, de gente joven, que dan un tono muy atractivo a la vida cristiana. Quizá lo que más podría llamar la atención a quien pasara por allí por casualidad son las largas colas para confesar. Es verdaderamente animante palpar la devoción cristiana.

Y es así como podemos encontrar lo que significa ser felices. Los viernes por la noche puede uno encontrarse mucha gente “alegre” y, no pocos, medio borrachos. Generalmente quien busca esa alegría efímera es porque el resto de la semana va arrastrando por la vida. Aunque de todo hay.

La Pascua es alegría por Jesús Resucitado, que ha muerto por nosotros, para redimirnos y conseguirnos el perdón de los pecados, pero que ha triunfado sobre la muerte, ha resucitado y está esperándonos a la puerta del cielo, para que consigamos la felicidad definitiva.

Ángel Cabrero Ugarte

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Don Jesús Urteaga (q.e.p.d.) tenía un programa en televisión los sábados por la tarde, que se titulaba Solo para menores de diez y ocho años, y su lema era Siempre alegres, para hacer felices a los demás. Era un hombre -un sacerdote- muy bien plantado y siempre sonriente, discípulo de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.