El Papa Francisco, en su última encíclica, Laudato sí, escribe que “la espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo” (n. 222). Bien sabemos hasta qué punto el Pontífice se sitúa contra el modo de vida habitual en el primer mundo, en el ambiente occidental especialmente, donde lo habitual es el hedonismo. Y sabemos que es muy difícil en este contexto, sobre todo entre las personas de clase media o alta, mover al desprendimiento, la modestia o la sobriedad.