Al repasar la historia de España en el periodo 1898-1996 Julián Marías señala dos enfermedades en nuestro país: la escasa confianza de los españoles en sí mismos, lo que les lleva a comparse con su pasado y a considerarse inferiores a las demás naciones y los particularismos territoriales y sociales. En 1898 termina la Guerra de Cuba y España pierde sus últimas colonias; el país queda anonadado. Una serie de intelectuales, la llamada Generación del 98, se pregunta por el ser de España y hace apología de la patria chica y la patria común. El vasco Unamuno, el gallego Valle, el mediteráneo Azorín o el andaluz Valera. Marías señala como el nivel literario e intelectual en España no es inferior al de otros países europeos; solo que en España prevalecen las individualidades; por ejemplo don Santiago Ramón y Cajal, trabajando sin ayuda recibe el Premio Nobel de Medicina en 1906.
En 1931 cae la Monarquía y se instaura la Segunda República. Un intelectual de la significación de Ortega y Gasset recomienda no copiar modelos extranjeros y profundizar en las tradiciones propias, pero la República deriva hacia el sectarismo y sólo un mes más tarde de su proclamación se produce la quema de iglesias y conventos. Marías señala ese momento como el de la aparición de las "dos españas" que se hará violenta en 1936. Al mismo tiempo afloran particularismos territoriales en Cataluña; en 1931 se proclama la República catalana y en 1934 el Estado catalán.
El General Franco, vencedor de la Guerra Civil, establece un "Régimen" autoritario que se alargará durante casi cuarenta años. El autor deplora que algunos traten de ignorar ese periodo como si hubiera sido un tiempo perdido para la sociedad y la cultura españolas. "El pueblo que no reflexiona sobre su historia se ve obligado a repetirla" -recuerda Marías. Durante el "franquismo" se pusieron las bases jurídicas, sociales y económicas que años más tarde harían posible la transición pacífica hacia la democracia.
Nos encontramos en 2016 y de nuevo se hacen presentes los "viejos demonios" en nuestra vida pública. Se declara superada la Constitución aprobada en 1978, como si cuarenta años supusieran algo en la historia de un pueblo. Parece que nos hubieramos cansado de convivir en paz. Frente a los particularismos territoriales hay que señalar que durante un largo periodo las regiones españolas han sabido convivir entre si y han sido acogedoras para el resto. Cataluña, precisamente Cataluña ha sido la región que ha recibido a millones de españoles de todas las procedencias y se ha beneficiado de su trabajo. Lo mismo cabe decir del País Vasco. Castilla, tantas veces criticada, nunca ha lamentado la prosperidad del resto. Españoles de todos los orígenes han gobernado el conjunto en régimen de igualdad.
Tres son las conclusiones a las que nos conduce la lectura de este libro. En primer lugar no mirar hacia atrás sino hacia el futuro, evitando arbitrariedades y extremismos; dejar la "memoria histórica" a los historiadores. En segundo lugar rechazar los particularismos territoriales. Con una lógica aplastante el autor señala como "no hay que tratar de contentar a los que de ningun modo van a contentarse"; el nacionalismo es insaciable. En tercer lugar afrontar las diferencias culturales en ese ámbito, sin necesidad de cuestionar la unidad política.
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Al repasar la historia de
Al repasar la historia de España en el periodo 1898-1996 Julián Marías señala dos enfermedades en nuestro país: la escasa confianza de los españoles en sí mismos, lo que les lleva a comparse con su pasado y a considerarse inferiores a las demás naciones y los particularismos territoriales y sociales. En 1898 termina la Guerra de Cuba y España pierde sus últimas colonias; el país queda anonadado. Una serie de intelectuales, la llamada Generación del 98, se pregunta por el ser de España y hace apología de la patria chica y la patria común. El vasco Unamuno, el gallego Valle, el mediteráneo Azorín o el andaluz Valera. Marías señala como el nivel literario e intelectual en España no es inferior al de otros países europeos; solo que en España prevalecen las individualidades; por ejemplo don Santiago Ramón y Cajal, trabajando sin ayuda recibe el Premio Nobel de Medicina en 1906.
En 1931 cae la Monarquía y se instaura la Segunda República. Un intelectual de la significación de Ortega y Gasset recomienda no copiar modelos extranjeros y profundizar en las tradiciones propias, pero la República deriva hacia el sectarismo y sólo un mes más tarde de su proclamación se produce la quema de iglesias y conventos. Marías señala ese momento como el de la aparición de las "dos españas" que se hará violenta en 1936. Al mismo tiempo afloran particularismos territoriales en Cataluña; en 1931 se proclama la República catalana y en 1934 el Estado catalán.
El General Franco, vencedor de la Guerra Civil, establece un "Régimen" autoritario que se alargará durante casi cuarenta años. El autor deplora que algunos traten de ignorar ese periodo como si hubiera sido un tiempo perdido para la sociedad y la cultura españolas. "El pueblo que no reflexiona sobre su historia se ve obligado a repetirla" -recuerda Marías. Durante el "franquismo" se pusieron las bases jurídicas, sociales y económicas que años más tarde harían posible la transición pacífica hacia la democracia.
Nos encontramos en 2016 y de nuevo se hacen presentes los "viejos demonios" en nuestra vida pública. Se declara superada la Constitución aprobada en 1978, como si cuarenta años supusieran algo en la historia de un pueblo. Parece que nos hubieramos cansado de convivir en paz. Frente a los particularismos territoriales hay que señalar que durante un largo periodo las regiones españolas han sabido convivir entre si y han sido acogedoras para el resto. Cataluña, precisamente Cataluña ha sido la región que ha recibido a millones de españoles de todas las procedencias y se ha beneficiado de su trabajo. Lo mismo cabe decir del País Vasco. Castilla, tantas veces criticada, nunca ha lamentado la prosperidad del resto. Españoles de todos los orígenes han gobernado el conjunto en régimen de igualdad.
Tres son las conclusiones a las que nos conduce la lectura de este libro. En primer lugar no mirar hacia atrás sino hacia el futuro, evitando arbitrariedades y extremismos; dejar la "memoria histórica" a los historiadores. En segundo lugar rechazar los particularismos territoriales. Con una lógica aplastante el autor señala como "no hay que tratar de contentar a los que de ningun modo van a contentarse"; el nacionalismo es insaciable. En tercer lugar afrontar las diferencias culturales en ese ámbito, sin necesidad de cuestionar la unidad política.