Bartleby, el escribiente

El narrador es un abogado americano para el que trabajan varios escribientes. El último contratado, Bartleby, de cuyo origen nadie sabe nada, va a resultar un personaje enigmático e incomprensible.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2007 Nórdica
158
978-84-935578-
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3
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Imagen de Azafrán

Relato breve en el que Herman Melville juega con el oxímoron de intentar explicar la conducta inefable de un amanuense en un despacho de lo que hoy conocemos como una notaría. El relato fue escrito y publicado en una revista en 1853. La acción se sitúa en el distrito financiero de Wall Street, NY.

Melville trabajó unos meses como copista en 1843 para ganarse la vida tras la muerte de su padre. Esta experiencia le fue útil para describir el ambiente de trabajo en una notaría.

Para entender la fina ironía, la imagen que se esconde tras este relato es necesario anotar la fecha de la guerra de Secesión, 1861-1865, así como, recordar las grandes diferencias económicas que se estaban fraguando entre los estados del norte más industriales y los estados del sur, eminentemente agrícolas. Dicho así pudiera escaparse del marco visual la vorágine social que se está agitando tanto en el norte con las protestas de los trabajadores mal pagados en el sector industrial, como las reivindicaciones de los negros aún esclavizados en las plantaciones del sur. Equivaldría todas estas convulsiones a una revolución social en la que las clases trabajadores reclaman un reparto más justo de la enorme riqueza que se está generando en Wall Street.

No importa tanto quién tiene la culpa. Lo que Melville plantea es la imposibilidad de comunicación para resolver el conflicto, incluso cuando el dirigente, el propietario de la oficina, reconoce las dificultades tremendas por las que está pasando uno de sus amanuenses, Bartleby, y quiere ayudarle económicamente.

Pero Bartleby es un personaje de existencia inmanente, empeñado en mantener su postura (¿de protesta pasiva ante la injusticia social?). Probablemente Bartleby no es consciente de la crisis social y económica que le toca vivir. Vive varado en su pasividad y no atiende a la ayuda que su jefe le ofrece.

Melville subraya la falsedad de la clase alta que critica con acidez la política de mano tendida del propietario hacia su empleado Bartleby, con extrañas insinuaciones que terminan por hacerle cambiar de actitud ante la posibilidad del perjuicio de su negocio.

Catorce veces le pide el empresario a Bartleby que cambie de actitud, que acepte la convención laboral en la que el trabajador sigue las indicaciones del empresario de quien recibe el salario. Y la respuesta desconcertante de Bartleby es siempre “-No. Prefiero no cambiar la situación.”

El empresario intenta comprender las dificultades de su empleado y mantiene una postura ecuánime ayudado por la lectura de algunos autores contemporáneos que sostienen que la providencia divina pone en el camino de sus predestinados, situaciones que sin duda sabrán resolver si mantienen una actitud fundamentada en la caridad fraterna.

Imagen de wonderland

Pocos personajes tan insólitos en la historia de la literatura como Bartleby El Escribiente y también pocos relatos más sugerentes que aquel al que da nombre. Marcada por una lógica propia cuyas consecuencias lleva con obstinación hasta el final y que se encarna en una suerte de resistencia pasiva, la singularidad del protagonista es, por otra parte, irreductible. Estableciendo un paralelismo entre él y otro de los grandes personajes de Herman Melville (1819-1891) -el capitán Ahab de «Moby Dick»-, Jorge Luis Borges habla, en su prólogo al relato, de la locura de sus protagonistas y de «la increíble circunstancia de que contagian esa locura a cuantos los rodean», mas concluye: «Pese a la sombra que proyectan, pese a los personajes concretos que los rodean, están solos». Y, en efecto, Bartleby encarna la impenetrable individualidad que anticipa la soledad del hombre moderno, aquel del que, como apunta el narrador de la historia, «nada es indagable».