La primera Semana Santa

 

Es importante volver la mirada a Cristo y más en esta Semana Santa, para descubrir, entre otras muchas cosas, que el camino directo para encontrar a Dios es conocer a Cristo y, por tanto, lo mucho que Él ha lecho por todos y cada uno de nosotros los hombres de todos los tiempos.

Es indudable que el descubrimiento de la posibilidad real del encuentro personal con Jesucristo, arranca del agradecimiento infinito por los dones recibidos y, claro está, la convicción y la conciencia de ser contemporáneos con Jesucristo, pues Cristo vive en cada uno de nosotros.

Esta será siempre la sencilla explicación del realismo cristiano: Cristo vive, ha resucitado, habita en nuestra alma en gracia, nos perdona siempre y nos invita a reconstruir o a iniciar una vida en confianza con Él. Así pues, ésta siempre será la clave, de los primeros cristianos y de los del siglo XXI: el nuevo modo de vivir en la tierra, es decir, una relación personal con Jesucristo hoy, ahora, en deuda para siempre.

Para sellar contundentemente lo expuesto, bastaría con leer despacio la impresionante carta del Santo Padre, el papa Clemente, a la antigua y venerada comunidad de Corinto, escrita en el año 98. El motivo era que aquellos corintios habían discutido, pues eran personas fogosas y muchos provenientes del paganismo. Vamos a utilizar la magnífica edición preparada por el profesor Juan José Ayán de la Universidad Pontificia de San Dámaso de Madrid que editó también primorosamente la editorial Ciudad Nueva.

Efectivamente, en la carta del papa Clemente a la comunidad de Corinto, muestra cómo, por debilidad, han regresado otra vez a las habituales disputas y discusiones, entre ellos, así que comienza por pedir disculpas por haber tardado en contestar, pero estaban sometidos a una gran persecución (¿de Domiciano?), aunque también se intuye el deseo de que el tiempo, la serenidad y la vida sacramental calme los ánimos: “con tardanza hemos atendido a los asuntos que os inquietan” (I.1).

Enseguida, al entrar en materia acerca de las graves peleas y cismas que suceden entre ellos, les recuerda, con orgullo, la procedencia de la Iglesia en Corinto, la categoría de los primeros cristianos de la ciudad y el buen ejemplo de los que les han precedido en el camino del Evangelio.

Es interesante la caracterización que hace de los santos de Corinto: “A estos hombres que vivieron santamente se unió una gran muchedumbre de elegidos que, después de haber padecido por envidia muchos ultrajes y tormentos fueron para nosotros un hermosísimo ejemplo” (VI, 1).

Efectivamente la envidia, la falta de visión caritativa y espiritual, es el gran enemigo de la comunidad cristiana como el remedio es la caridad con Dios y, por supuesto, la extrema dedicación a los demás: “la envía y la discordia destruyeron grandes ciudades y arrancaron de raíz grandes pueblo” (VI, 4).

La solución que les propone es útil para entonces y para siempre: mirar a Cristo en la Cruz: “Fijemos los ojos en la sangre de Cristo y conozcamos qué preciosa es a Dios, su Padre, pues, al ser derramada por nuestra salvación, llevó a todo el mundo la gracia de la conversión” (VII, 4).

José Carlos Martín de la Hoz

Carta de Clemente a los corintios, en Padres Apostólicos, edición de Juan José Ayán, Ciudad Nueva, Madrid 2000, 630 pp.