El problema de ser cristiano

Siete conferencias del autor (1908-2001) en el Colegio Libre de Eméritos de Madrid, publicadas en 1996. Si quisiéramos ser exactos habría que titular el libro como El problema intelectual de ser cristiano.

La tesis del autor es la de que se han dado diferentes modos de ser cristiano a lo largo de la historia (Antigua, Media, Moderna y Contemporánea) y analiza las opciones religiosas en la sociedad actual, secularizada y pluralista.

Reconoce la polarización existente en la Iglesia en ese momento, desde el espiritualismo al cristianismo heterodoxo y crítico, desde lo que considera la prudencia autoritaria y doctrinal del entonces cardenal Ratzinger a la teología de la liberación y los teólogos que considera que hicieron posible el Concilio Vaticano II y sus continuadores. Deja ver su simpatía por el segundo grupo, pero sugiere un abrazo dialéctico entre unos y otros a fin de alcanzar un consenso respetuoso.

El autor es médico y ha sido catedrático de Historia de la Medicina, y en el aspecto científico niega la existencia de una naturaleza humana, afirma que la humanidad ha aparecido en el Universo por evolución y se opone al dualismo alma-cuerpo, para defender un monismo dinámico que no explica en qué consiste.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1997 Galaxia Gutenberg
137
978-84-8109-149-9

Círculo de Lectores.

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Lo más sorprendente de este libro reside en que, en pleno pontificado de S.S. Juan Pablo II (1978-2005), el Colegio Libre de Eméritos acudiera a un hombre de ochenta y ocho años para que les hablase del cristianismo; no sobre la alegría o los valores del cristianismo, sino sobre el problema de ser cristiano. En el otro extremo del escenario, Juan Pablo II había conmovido la sociedad y la Iglesia; su catequesis era él mismo, su fortaleza y el hecho de que actuase como si no tuviera que pedir permiso a nadie para desempeñar el ministerio petrino, fascinaba a los católicos y contrariaba a los que no le querían.

En ese contexto, Pedro Laín Entralgo, antiguo catedrático de Historia de la Medicina, antiguo Rector de la Universidad Complutense, y antiguo Director de la Real Academia de la Lengua Española, entre otras muchas cosas, representa el cristianismo que había quedado orillado con la aparición del papa Wojtyla. De formación alemana, los filósofos que Laín cita más abundantemente son Heidegger, Ortega y Gasset y Zubiri, y de los antiguos Nietzsche, Lieibnitz y los materialistas del siglo XIX. Entre los Pontífices hace referencia a León XIII y Juan XXIII; cita a Pío IX para reprocharle el Syllabus y su condena de los errores modernos; no menciona para nada a Pablo VI, y de Juan Pablo II solo recuerda que ha rehabilitado a Galileo y en otra ocasión le cita como "el Pontífice actual", cuando señala cómo Wojtyla participa de la tesis dualista del cuerpo y el alma -que el autor niega-, como sustancias diferentes que confluirían en cada ser humano por introducción directa de Dios del alma en el genoma (?) (pág.83).

Entre los teólogos antiguos invoca a san Agustín y de los contemporáneos menciona a aquellos que considera que hicieron posible -no el Espíritu Santo o los Obispos- el concilio Vaticano II. Le merecen la misma consideración Ives Congar, Urs von Balthasar y De Lubac que Rahner, Schillebeeks o Häring, y se refiere a continuación a los que piensa que han sido sus continuadores: el obispo Casaldáliga o Ignacio Ellacuría. También menciona a Torres Queiruga. Bastante tópico todo. Entre los teólogos no incluye a Joseph Ratzinger, por entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya que considera que incurre en una "prudencia autoritaria y doctrinal" (pág.126) frente a la teología de la liberación, a la cual califica como "un inconformismo reformista y dialogante", que representaría la "opción de la Iglesia por los pobres" (pág.125). Dicho lo anterior, queda clara cuál es la elección del autor.

Como historiador, Laín hace un recorrido por la cultura cristiana a lo largo de los siglos, y critica con razón la, aun reciente, actitud defensiva de la Iglesia Católica frente al mundo; pero olvida mencionar que ya el Concilio de Jerusalén tuvo que desautorizar a los judaizantes, san Juan a los gnósticos, san Atanasio al arrianismo, san Agustín a los donatistas, santo Tomás el averroísmo, la Compañía de Jesús a los luteranos y san Pío X a los modernistas; es decir, que en todas las épocas han existido desviaciones incompatibles con la fe y la doctrina católica, y nadie había propuesto hasta ahora resolverlas por consenso, o a base de elaborar una moral de mínimos por aplicación del sistema de mayorías propio del ámbito social y político (pág.113).

Igualmente, estoy convencido que no es compatible con la doctrina católica la negación de una naturaleza humana o la aparición del espíritu por evolución a partir de la materia. Laín Entralgo recomienda no hacer hincapié en las discrepancias y lo considero un buen consejo. Los disidentes, señala con acierto, también son cristianos y también son personas que merecen un respeto; no obstante, podríamos recordar la actitud de san Pablo en su primera carta a Timoteo, cuando informa a éste como tiene entregados a Satanás a Alejandro e Himeneo "para que aprendan a no blasfemar" (I Tim, 1-20). Naturalmente, no todo en el libro de Laín Entralgo está alejado de la doctrina católica, pero la mezcla de verdad y error produce confusión y es preferible evitarla.