Es indudable, pero conviene constatarlo, que la religión católica sigue atrayendo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo pues, sencillamente, Cristo vive entre nosotros y su mirada y su atractivo son irresistibles, aunque haya que hacer el esfuerzo de descubrirle en la penumbra del día, en nuestro interior, en la línea el horizonte o en la sonrisa de un niño.