Matilde de Magdeburgo (1207-1294) recibió de Dios luces claras y sobre todo una llamada a su seguimiento a los doce años que le llevó a abandonar el castillo donde vivía en la Corte y marchar a la ciudad de Magdeburgo, como beguina, es decir, sin pertenecer a ninguna orden ni congregación, dedicada a los pobres y enfermos, lo que ahora recogiendo una tradición del siglo IV se llama vírgenes consagradas.