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Las cartas de Giovanni Papini

Hace años escuché a un sacerdote citar las Cartas del papa Celestino VI a los hombres, de Giovanni Papini. Dado que lo había escuchado en el contexto de una meditación, pensé que sería un libro muy conocido. Pues nada de eso. Nunca más lo he oído mencionar. Lo obtuve, años más tarde, en uno de esos puestos callejeros de libros usados. Se trata de un volumen pequeño, de la Editorial Aguilar, publicado en España en 1954.

Papini y los libros

Giovanni Papini fue un lector empedernido. Esto le llevó -igual que a Borges- a quedarse ciego. En su Exposición personal cuenta cómo se había sentido agobiado por los libros, "hojas secas de la vida, escondidas bajo lomos de oveja" (pág.23). En un arranque de humor escribe:

"Me desagradan los libros impresos. Son demasiados; me rodean cual acreedores desengañados, como jueces sin piedad, cual compañeros opresivos" (pág.56).

Comentar un libro

Un libro se puede comentar desde distintos puntos de vista. En primer lugar se puede considerar su valor literario. Es lo más difícil y conviene dejárselo a los especialistas. No obstante, si un libro nos gusta, si resulta interesante y no apreciamos que le falte o sobre algo, es fácil que su valor literario sea alto. Este criterio se aplica fundamentalmente a las novelas y obras de ficción. En el comentario, por cvonsideración a los que todavía no han leído el libro, es importante no desvelar el final de la narración. La valoración sobre el estilo se aplica también a la poesía.

Escribir en Gilead

En la novela Gilead, de Marilynne Robinson, John Ames es un pastor evangélico que ha vivido solo casi toda su vida. Reflexiona sobre el papel que ha desempeñado la escritura en su vida y en su ministerio (págs.26 y 27):

1. "Mi padre -explica- siempre predicaba a partir de unas notas, yo escribía mis sermones palabra por palabra". Con sencillez concluye que "tal vez trabajé en ellos para mantenerme ocupado".

Arámburu y las palabras

Fernando Arámburu, poeta y novelista, Premio Nacional de Literatura en 2017, nació en San Sebastián en 1959. Cursó filología hispánica en la Universidad de Zaragoza y en 1985 se trasladó a Alemania donde reside desde entonces.

Roma y Cartago

En “El hombre eterno” Chesterton dedica un capítulo al enfrentamiento que tuvo lugar, varios siglos antes de nuestra era, entre las ciudades de Roma y Cartago. Al leerla he pensado en Cataluña y España. Si aquellas ciudades no fueron capaces de convivir en un mismo mar, hoy se pone en duda que las segundas puedan hacerlo en una misma península.

¿Qué es una nación?

 

En el opúsculo "¿Qué es una nación?", Renan niega que la raza, la religión, la geografía e incluso los intereses comunes basten para fundamentar una nación. Tampoco la lengua: "La lengua invita a reunirse, pero no fuerza a ello" (pág.29). "Malos modos son estos- dirá en otro lugar- de agarrar por el cuello a las personas y decirles: Hablas la misma lengua que nosotros, luego nos perteneces. El hombre no pertenece ni a su lengua ni a su raza; no pertenece más que a sí mismo, pues es un ser libre, un ser moral" (Discours et Conférences).

Prisionero de los libros

 

Copio algunos párrafos que dedica José Martínez Ruíz (Azorín) a un interlocutor ya desaparecido, el cura párroco de Riofrío de Ávila, que en 1791 había publicado unas reflexiones (¡en dos volúmenes!) sobre su estancia en ese pueblecito:

Una democracia personalista

 

En plena guerra mundial Maritain somete a crítica las ideologías dominantes y trata de formular un concepto cristiano de democracia que denomina humanismo cristiano o democracia personalista. Señala cómo los totalitarismos ponen al Estado por encima de la persona, siendo así que ésta es anterior a aquel (pág.122).

Pesimistas

 

En Un andar solitario entre la gente, Antonio Muñoz Molina se muestra pesimista en todo su esplendor: "Una botella de vidrio -se lamenta- puede tardar en degradarse hasta cuatro milenios".

- Afortunadamente -respondería un arqueólogo.

El negativismo no es un fenómeno de hoy. Podemos imaginar al cascarrabias de Diógenes, advirtiendo a los alfareros griegos que las jarras, platos y vasos que fabricaban tardarían más de doscientos años en volver a volver a convertirse en tierra.

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