El Corazón

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2005 Palabra
221
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Los sentimientos, los afectos y los amores –o la falta de todos ellos- impregnan la vida de los hombres y de las mujeres. Dietrich von Hildebrand señala que la afectividad no tiene un lugar propio en la filosofía cristiana. La filosofía aristotélico-tomista sitúa la afectividad por un lado en el ámbito de la voluntad, por otro entre los apetitos y las pasiones. El autor considera que la voluntad sola, sin afecto, no constituye amor. Es el célebre contraste entre caridad y cariño: “Aquí me tratan con caridad, pero mi madre me trataba con cariño”. También rechaza identificar la afectividad con las pasiones. El valor de los sentimientos, según von Hildebrand, se mide con dos parámetros: en primer lugar por el objeto sobre el cual recaen, cuanto más alto es ese objeto más noble y transformador resulta el sentimiento en el interior del sujeto. En segundo lugar por su intencionalidad: hay sentimientos no intencionales ligados, por ejemplo, al funcionamiento corporal, como pueden ser la alegría natural, el dolor físico o la depresión. La cuestión no deja de ser complicada, pero no cabe duda que tiene su fundamento. Es especialmente lúcido el análisis que hace el autor sobre las patologías de la afectividad: desde el sentimentalismo hasta la impotencia afectiva o la dureza de corazón. Más allá del análisis filosófico los sentimientos tienen una gran importancia a nivel humano y religioso. A nivel humano el autor cita a Aristóteles cuando, en la Ética a Nicómaco, afirma que “la felicidad –un sentimiento- es el bien supremo”. A nivel religioso el primer mandamiento de la Ley de Dios y síntesis de todos ellos se refiere al amor y al corazón: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo”. Habría que profundizar en la diferencia entre amor y caridad y sus relaciones, porque evidentemente no son lo mismo pero en ocasiones se usan como sinónimos. Si la filosofía tradicional ha descuidado los afectos centrándose en la inteligencia y la voluntad, la moderna psicología les da gran importancia, desde la autoestima a la inteligencia emocional. En la segunda parte del libro, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, el autor se detiene en algunos de los pasajes de los Evangelios en los que el Salvador exterioriza sus sentimientos y evidentemente son muchos. El libro tiene el mérito de poner en primer plano la afectividad. Choca el uso que hace del corazón –ya desde el título- identificándolo con la afectividad. Ello es admisible en un aspecto literario o simbólico, pero suena mal su uso filosófico. La cuestión de la afectividad merece un tratamiento más profundo, tanto en su relación con la filosofía tradicional, como a nivel ascético o de devoción.