Del vicio de los libros

Puede parecer que este libro trata sobre libros –sobre su almacenamiento, las distintas formas de robarlos, los vicios que suscitan o sus digestiones–, pero la realidad es otra. Se trata de un panegírico. Una apología de la lectura. Una alabanza del lector (…) W.E. Gladstone y Theodore Roosevelt, Edith Wharton y Virginia Woolf, W. Roberts y Lewis Carroll son aquí «lectores». Esta es la clave de los textos que reunimos en este volumen.

A veces podrá darnos la sensación de que se enfrascan en otras cuestiones, pero quien preste atención observará cómo no logran reprimir del todo una sonrisa furtiva al saberse entre iguales. 

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2019 Trama
144
978-84-949586

Introducción y traducción de Íñigo García Ureta

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Selección de textos de varios autores en torno a los libros, su organización, su lectura, las preferencias y los vicios que suscitan. En concreto, se trata de seis estudios presentados y traducidos por Íñigo García Ureta, que en la introducción hace una alabanza del lector, de aquel lector vehemente que entabla una estrecha relación con el libro.

El primer ensayo, titulado “De los libros y de cómo almacenarlos”, es obra de W.E. Gladstone, primer ministro del Reino Unido y célebre coleccionista de libros. En la actualidad, la Gladstone Library contiene más de 200.000 libros sobre todo tipo de materias y gran parte de la correspondencia de su fundador. En el siguiente artículo “El vicio de la lectura” (publicado por primera vez en 1903), Edith Wharton arremete contra el lector impostado, inconsciente y falto de imaginación, al que denomina el lector “mecánico”, incapaz de formarse un juicio personal sobre la valía del título que lee. A continuación, se presentan los “Libros para unas vacaciones al aire libre” (1916) que Theodore Roosevelt, vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, recomienda a los posibles lectores siguiendo, sin ambages, sus propios gustos y su criterio al margen de lo que puedan opinar los críticos.

En cuarto lugar, Lewis Carroll propone “alimentar el intelecto” de la misma manera que alimentamos y cuidamos el cuerpo, porque “leer, anotar, asimilar y aprovechar los buenos libros que caigan en nuestras manos no es tanto un deber como una conveniencia” (p. 86). Y, a continuación, el impresor W. Roberts hace una divertida disertación “De ladrones de libros, gorrones y demás especies”. Por último, la obra se cierra con un artículo de Virginia Woolf sobre “¿Cómo debería leerse un libro?” (1926), que podría resumirse en las siguientes palabras de la célebre autora: seguir el propio instinto, fiarse del sentido común y llegar a conclusiones propias.